Javier Milei le ganó en un mismo día a Mauricio Macri y al peronismo, pero además les impuso tres novedades al resto de los espacios políticos.
La primera es que acertó con el flujo de campaña elegido camino a octubre. No todas las batallas locales son igualmente significativas. Milei eligió dos: la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires. Le fue mal en todos los otros distritos donde antes hubo elecciones desdobladas de la nacional. El Gobierno eligió batallar en serio sólo en los dos distritos más significativos.
Comenzó con la vidriera capitalina; le fue bien. Con ese impulso, encara la elección de septiembre en territorio bonaerense. Nunca le interesó demasiado el resultado en Santa Fe ni lo que hiciera su hermana Karina en la capital de Salta. Para ser ganadas, las batallas siempre se eligen.
Las noticias del día hablan de las negociaciones entre dirigentes de la Casa Rosada y referentes del PRO para enfrentar al kirchnerismo en su trinchera bonaerense. Son minucias para el anecdotario. El mensaje del domingo pasado para el PRO, en su propia casa, es que poco interesa lo que hagan con el barco sus dirigentes. Los votantes ya zarparon.
No es un fenómeno nuevo. Antes le ocurrió al radicalismo con Macri, en tiempos en que Jaime Durán Barba solía explicar que ese es el único movimiento que un político sagaz nunca debe perder de vista. Los dirigentes ya no arrastran votos. Se dejan guiar por ellos, si quieren sobrevivir.
La segunda novedad que impuso Milei es la narrativa que elegirá la noche del 26 de octubre. Dirá que no se cuentan bancas: se suman votos. Nadie sabe cómo quedó conformada la nueva Legislatura de Caba. Todos saben que ganó Milei. Esa lectura de los resultados es la que impulsará la Casa Rosada tras la elección nacional. Es la única que le interesa para lanzarse a la reelección.
La elección de octubre es legislativa. Y, como suele ocurrir, la oferta tiende a dispersarse en muchas opciones. Más aún en el contexto de fragmentación política que persiste desde 2023. Es lo que se vio en Caba. Un vasto mundo de candidaturas que incluyó hasta Ricardo Caruso Lombardi. Sólo el círculo rojo cuenta el resultado en bancas. El público masivo cierra los domingos de elecciones con la memoria del ganador en votos.
La tercera novedad es la tecnología de campaña que viene imponiendo Milei. El PRO no perdió porque la Casa Rosada lanzó en medio de la veda electoral un video mentiroso, fabricado con inteligencia artificial generativa, en el que Mauricio Macri anunciaba la falsa declinación de la candidata Silvia Lospennato. Pero la señal fue clara, porque el Gobierno se la aplicó a un aliado: el mileísmo no le rehúye a hacer campaña sucia. Por el contrario, a la falsificación de Estado la validan sus ideólogos con la incierta teoría de la neutralidad de las redes y la palabra final del Presidente.
Milei se quejaba de las toses artificiales en el debate presidencial con Sergio Massa, pero el llorón es Mauricio Macri. La justificación del método es que sólo Milei es la opción al kirchnerismo, y al kirchnerismo se lo combate con sus propios métodos. Una antigua excusa para fagocitarse al caníbal. Al hacerlo, Milei establece un umbral democrático inferior y distinto. Es una cara de la moneda. La otra es que al votar sin objeciones ese método, el electorado lo legitima.
Los ausentes delegan
No es menos cierto que a ese umbral bajísimo lo ofreció antes la principal oposición a Milei. La misma que proponía comprar pochoclo para sentarse a ver la caída de un presidente democrático a meses de su asunción. La misma que es incapaz de admitir que la inflación bajó más rápido que lo pronosticado por todos los economistas. El Gobierno sacó el cepo, pero el caos devaluatorio que vaticinaban los mensajes “Che, Milei” no ocurrió. Al contrario, la inflación cedió de nuevo.
Con el doble triunfo interno y externo en Caba, el oficialismo ha instalado el eje Milei. Mientras la economía no sorprenda, la escena política tiende a ordenarse en torno del espacio político del Presidente.
Enfrente asoma una diáspora. Sin otro discurso que la nostalgia, el sello PJ sólo acumula derrotas. Se ha replegado como accionista táctico en la trastienda de algunos gobiernos provinciales. En Caba no remontó disfrazándose de verde partido danés. Perdió una elección servida en bandeja.
La UCR está peor. El presidente actual del radicalismo no pudo inscribir la sigla centenaria en su distrito. La reemplazó con un sello interno. Sacó menos votos que el trotskismo y no logró el mínimo para conseguir una banca. La Coalición Cívica no confronta con Milei. Lo hace con un humorista, imitador de Milei.
Hay finalmente una alerta sistémica que excede al eje Milei. El ausentismo electoral sigue en aumento. Aunque la elección porteña no es parámetro: tras la suspensión de las primarias por ley, la política ofreció unas Paso de hecho. Nadie quiso acordar con nadie. Ante esa obcecación de las elites, la mitad de la base prefirió no votar. La dirigencia desplazada en 2023 se escandalizó después por la novia ausente y la democracia que queda, de baja graduación.
Es otra disrupción que impone Milei: para los libertarios el ausentismo no es un inconveniente. Su modelo político no demanda un consenso alto, sino una batalla cultural potente. Los ausentes delegan; las fuerzas celestiales se encargan. Minoría intensa es el nuevo nombre de la antigua vanguardia iluminada.