Además de la mala praxis económica, la soberbia y la corrupción, la política argentina padece un mal geográfico: la concentración poblacional. Ese problema volverá a mostrarse el domingo, cuando se activen los padrones de la Primera y la Tercera Sección electoral de la provincia de Buenos Aires para las elecciones legislativas. Ambas secciones contienen más votos que provincias enteras. Incluidas Córdoba y Santa Fe.
Se trata de un gran dilema democrático: una porción territorial, llena de gente, pero reducida en superficie, puede decidir el destino del resto del país. Y eso, como sabemos, ya ocurrió más de una vez en los últimos años.
El domingo será diferente, pero no tanto. En esta ocasión se trata de una disputa jurisdiccional, ya que Buenos Aires votará la renovación de su Legislatura, con la elección de 46 diputados y 23 senadores, en una elección que debería ceñirse al distrito. Sin embargo, la Argentina entera estará atenta a lo que pase allí: las ocho secciones de la provincia aportan más de 14 millones de electores. La disputa se ha “nacionalizado”.

De ese tablero emergen dos protagonistas inconmovibles, verdaderos “monstruos” electorales: la Primera Sección, con 5.131.861 votantes y la Tercera, con 5.101.177. Juntas suman 10.233.038 votantes. Eso equivale al 71% del padrón provincial y, en la escala nacional, representa alrededor del 26% del electorado de todo el país.
Para dimensionarlo: la Primera Sección por sí sola tiene más votantes que Córdoba (3.120.000). Son 1.607.648 electores más. O lo que es lo mismo: es una provincia y media de Córdoba.
Pero si sumamos la Primera y la Tercera, los 10,2 millones de electores superan a la suma de Córdoba, Santa Fe y Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que alcanzan los 8,5 millones.
Ese poder electoral tiene además un rasgo político central ya que, sobre todo la Tercera, es un territorio atravesado por la pobreza estructural y las políticas populistas de décadas, con una porción significativa de la población que depende de la asistencia del Estado. En esas condiciones, el voto no solo refleja preferencias políticas, sino también la relación con la dádiva oficial.
Ganar en Buenos Aires
Pero Buenos Aires no es solo esas dos secciones. En total, la provincia suma 14.376.592 electores habilitados. Una cifra comparable al padrón completo de Chile (15,4 millones), el doble del de Bolivia (7,9 millones) y siete veces el de Uruguay (2,7 millones).
Ganar Buenos Aires es prácticamente ganar el país. No en vano se la conoce como “la madre de todas las batallas”, aunque el lugar común no hace justicia a la magnitud de lo que significa.
Ahora bien, ¿es lo mismo ganar la Primera que ganar la Tercera? No. Y ahí se abre una novedad, ya que por primera vez la Primera superó a la Tercera. Ese cambio puede alterar la suerte del peronismo, que históricamente encontró en el conurbano profundo su bastión electoral.
En la Tercera (18 diputados), por ejemplo, La Matanza es el símbolo de esa fortaleza. Dominar allí significa asegurar un piso inamovible de votos numerosos, concentrados y muy difíciles de erosionar. Perder allí no es perder una provincia: es perder la columna vertebral de la política nacional.
Por eso Cristina Kirchner había anticipado, antes de su condena y de la inhabilitación, que sería candidata a diputada por la Tercera. No era un capricho. Era el reconocimiento de que allí se decide poder. Ganar allí es asegurar masa crítica, territorio, capacidad de arrastre para las legislativas de octubre y hasta para las presidenciales de 2027.

Pero la Primera no es menos decisiva. Ganarla (se juegan 8 senadores) supone controlar el padrón más grande del país en un distrito subnacional, con logística, fondos y votos en zonas cercanas. No es solo un triunfo simbólico, quizá sea quedarse con la llave del futuro inmediato.
El resto de las secciones, en comparación, son casi testimoniales en la construcción del poder. Pero siguen siendo significativas. La Quinta tiene 1.290.948 electores, la Sexta 652.077, la Segunda 649.465, la Octava 576.691, la Cuarta 540.354 y la Séptima 280.000. Incluso la Quinta, que se asemeja en volumen a una provincia mediana, no logra equilibrar el peso combinado de las dos gigantes.
En cuatro de esas secciones se elegirán senadores (en la Primera, Cuarta, Quinta y Séptima) y en las otras cuatro, diputados (Segunda, Tercera, Sexta y Octava).

Ese desequilibrio imprime patrones inevitables. La política se centra en atraer votos masivos. Campañas, promesas y presencia real de candidatos se concentran allí donde hay volumen electoral. La correlación es clara: densidad urbana implica poder electoral. Y eso se traduce en eficacia (menos costo por voto movilizado) y en atractivo para los medios y los recursos.
El dato de color es que en todos los casos se usará la tradicional boleta “sábana”.
¿Una solución?
La respuesta parece ser no. La idea de dividir la provincia de Buenos Aires resurge cada tanto, pero nunca avanza. En 2021 se presentó la última iniciativa, como “provocación intelectual y política”, según Federico Pinedo, al presentar el libro Una nueva Buenos Aires, escrito por Esteban Bullrich junto a Jorge Colina (Idesa) y Enrique Morad.
El plan, gestado una década antes por Colina y Morad, proponía formar cinco nuevas provincias a partir de la actual Buenos Aires. Tres corresponderían al interior: Buenos Aires del Norte, con capital en San Nicolás; Buenos Aires del Sur, con capital en Bahía Blanca; y Buenos Aires Atlántica, con capital en Mar del Plata. Serían territorios de unos dos millones de habitantes cada uno, con perfiles productivos y sociales similares a Córdoba y Santa Fe.
En la práctica, sería como sumar tres provincias “hermanas” al corazón productivo del país.
Las otras dos surgirían del conurbano: la provincia de Luján, con los partidos del norte y noroeste, y la provincia del Río de la Plata, con los del sur, y capital en La Plata.
La propuesta buscaba equilibrar el mapa y dar mayor representatividad al interior, pero nunca pasó de ser un ejercicio de laboratorio.
Mientras tanto, Buenos Aires sigue siendo una sola y concentra, en apenas dos secciones, la llave del poder político argentino.