Hace 30 años, Carlos Menem y Raúl Alfonsín firmaban el último acuerdo de gobernabilidad que recuerde la política argentina. A la vez, le ponían la cuña que iba a hacer crujir poco tiempo después el sistema bipartidista que había regido en buena parte del siglo 20.
El Pacto de Olivos parió una Constitución con avances institucionales y permitió que emergiera una fuerza en condiciones de disputar un caudal de votantes de relevancia para poner en jaque al peronismo y al radicalismo.
La crisis de 2001-2002 se llevaba puesto ese sistema bipartidista, a menos de dos décadas de la recuperación democrática. Fue a partir de una compleja combinación de factores que podrían sintetizarse en uno elemental: la alternancia peronista-radical no había mejorado las condiciones de vida de los argentinos, sino todo lo contrario.
Lo que vino después fue un endeble sistema de bicoaliciones, que parecía emparentar a la Argentina con democracias de países más desarrollados. Una de centroizquierda, liderada por el kirchnerismo, y otra de centroderecha, sintetizada por lo que fue Juntos por el Cambio.
Ya no sólo repitieron el fracaso de los partidos clásicos, sino que lo agudizaron. Y fue así como las coaliciones estallaron con menos estruendo que los partidos, pero de manera más penosa.
Sobre esas esquirlas, y honrando la letra del tango Cuesta abajo, vagan dirigentes con “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, mientras repiten que no pueden entender cómo llegaron al poder Javier Milei y su La Libertad Avanza.
Tres fotos
Sin asimilar aún esa irrupción, en una sola semana se acumularon postales bien representativas de que en cada espacio político de los considerados tradicionales no saben cómo acomodarse ante Milei y crujen por todos lados. Repasemos sólo tres de esas imágenes.
El peronismo se hunde en una interna que expone la fragilidad de su última jefa, Cristina Fernández de Kirchner, quien anda mendigando avales para enfrentar a uno de los gobernadores más ineficientes, el riojano Ricardo Quintela.
Quintela aglutina a los gobernadores y dirigentes más proclives a negociar con Milei, pero Cristina es favorecida por la decisión del presidente de encumbrarla como la principal referente opositora, en un intercambio de baja calidad que es negocio para los dos.
En Córdoba, Mauricio Macri pareció “despedir” en público al presidente de su partido en la provincia, Oscar Agost Carreño, a quien culpó en la cara de votar en contra de la gestión libertaria, a la que el líder del PRO se ha aliado de manera formal.
El presidente del PRO local está dentro del bloque federal donde se encuentran los diputados de Martín Llaryora, otro de quienes no saben dónde posicionarse ante Milei, mientras envía señales contradictorias en sus acciones de gobierno provincial.
Completa el trío de imágenes la ruptura del bloque radical que encabeza el cordobés Rodrigo de Loredo, quien sigue apostando por la llamada oposición dialoguista y se sumó a la mesa que armó la gestión libertaria con sus “aliados”.
Se le fueron quienes prefieren un radicalismo duro ante Milei y con puentes hacia el kirchnerismo, de donde viene el propio titular partidario, Martín Lousteau.
Las postales sólo marcan que la política argentina fracasó de manera tan rotunda que ha construido su propio caleidoscopio con esos vidrios que ellos mismos rompieron y que pueden ir formando las más variadas imágenes.
