Un resultado electoral adverso podría debilitar la unidad del Frente de Todos y la presidenta el Senado, Cristina Fernández de Kirchner, teme que haya una fuga de legisladores del bloque oficialista en la Cámara alta que termine impactando contra su poder.
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Hasta aquí, las leyes y proyectos han pasado sin problemas por el Senado: el bloque oficialista cuenta con 41 bancas, lo que le da quórum propio y mayoría simple. Pero un resultado electoral muy adverso el domingo reconfiguraría el escenario.
Para conservar el quórum, el oficialismo necesita tener 37 bancas. Pero si los resultados de las primarias de septiembre se repitieran, pasaría a tener 35. Por eso, el Frente de Todos apuesta a dar vuelta resultados en Chubut y La Pampa, donde perdería tres bancas en total.
Hay una suerte de tendencia que se repite en política: cuando un oficialismo tiene el número justo, en el bloque empiezan las fugas, porque el voto de cada uno cotiza más. La discusión sobre la unidad interna es casi inevitable frente a una derrota. Por eso, Cristina ya les transmitió su preocupación a sus colaboradores y a dirigentes cercanos.
Esto gravita en la plana mayor de la coalición. El presidente Alberto Fernández dijo el jueves en el acto de cierre de campaña que “lo más importante” y lo “esencial” para los dos años que vienen es “mantener la unidad” del oficialismo. Huelen alejamientos.
Esto es porque una derrota electoral enoja a todos y aquellos que se mantuvieron en silencio, en las sombras hasta ahora, quieren dar un golpe sobre la mesa. Todas las heridas que se fue autoinfligiendo el Frente de Todos podrían sangrar juntas el lunes.
A Cristina no solo le preocupa el Senado. En las últimas semanas comenzó a tensarse la relación con gran parte del sindicalismo. Y la “renovada” conducción de la CGT avisó que pretende ser más dura con el kirchnerismo para darle un mayor soporte al Presidente.
Las cartas sorpresivas, el señalamiento de ministros y las críticas incisivas a la gestión no han hecho más que debilitar la imagen del Frente de Todos e incluso han puesto en riesgo la unidad del peronismo. Y los jefes sindicales no se lo perdonan a Cristina.
Héctor Daer (albertista), Carlos Acuña (massista) y Pablo Moyano (que juega para el moyanismo antes que nada) estarán al frente de la CGT. Antonio Caló, metalúrgico y cercano a Cristina, estará en la “mesa chica”, pero fue relegado de la conducción.
“El peronismo tendrá que ser la columna vertebral del frente gobernante”, avisó Daer en el reciente congreso cegetista. No quieren una ruptura, pero sí un equilibrio de fuerzas y, principalmente, que Cristina y La Cámpora dejen de esmerilar a Fernández y sus ministros.
“Vamos a estar en la calle para defender al Presidente si lo atacan”, avisó Acuña el viernes en declaraciones radiales. No hablaba de la oposición, se refería al fuego interno que el cristinismo ha disparado contra Fernández lo que va del mandato.
Cuando Hugo Moyano rompió con el kirchenrismo en diciembre de 2011, Pablo Moyano tenía 41 años y recién comenzaba su ascenso en el mundo sindical. Hoy, con 51, asoma como el heredero natural de su padre. Su relación con Cristina es distante y de desconfianza.
El freno que “albertistas” y “massistas” piensan es también para Máximo Kirchner, jefe del bloque en diputados y próximo presidente del Partido Justicialista bonaerense. Su influencia en el Gobierno ha crecido sobremanera, pero sin arrastre para el resultado electoral.
Fernández fue quien impulsó a Kirchner como jefe del PJ Bonaerense. El diputado asumirá en diciembre. La intención es que tenga una mayor responsabilidad política y sobre la unidad de la coalición. Porque La Cámpora se la ha pasado amenazando con “sacar los pies del plato”.
Han sido los dirigentes de La Cámpora, muchos desde las sombras o escondidos en cargos públicos de segundas y terceras líneas, los que han desafiado a ministros y al propio Fernández en estos casi dos años de mandato, han presionado para los cambios en el Gabinete.
Kirchner en el PJ bonaerense es un trago ácido para los intendentes peronistas del conurbano. Pero decidieron no presentar batalla porque para conservar el poder en sus distritos dependen de las obras y transferencias directas de Nación. Y en esas decisiones juega fuerte Eduardo “Wado” de Pedro, la voz y los ojos de Cristina en Casa Rosada.
Así, una posible derrota electoral en el Gran Buenos Aires no haría más que exacerbar las tensiones en el Frente de Todos. Y dejaría a Cristina Kirchner en una situación más incómoda, quizás producto de lo que ella misma fue cultivando en los últimos veinte 23 meses.
