Juan Schiaretti hace meses que venía lanzando señales nacionales que no lograban cruzar las fronteras de Córdoba. La semana pasada concretó una jugada que le dio a su proyecto una licencia con validez en todo el país.
La política porteña registró finalmente el intento nacional del enigmático gobernador peronista cordobés de pocas palabras, bajo perfil y alto despliegue publicitario, que está golpeando todas las puertas del PJ en busca de socios para desafiar al kirchnerismo. Todos entendieron que el bloque de cinco senadores que le arrebató el cuórum a la vicepresidenta Cristina Fernández y la primera minoría al Frente de Todos fue una trabajosa construcción de Schiaretti.
El nuevo bloque que integran Alejandra Vigo y cuatro senadores que se fueron del Frente de Todos está lejos de la cohesión ideológica, pero la jugada resultó estratégica por varias razones. La primera razón es histórica: nunca desde 1983 el peronismo nacional perdió el control del Senado. Ahora el schiarettismo va por nuevos aliados para su bloque en Diputados y por la definición de varios gobernadores peronistas que prometen repensar su pertenencia al Frente de Todos después de que ocurran las elecciones en sus provincias.
La segunda razón tiene que ver con la proyección de Schiaretti. Lo que ocurrió en el Senado es un hecho político que representa cabalmente lo que el gobernador cordobés quiere representar a nivel nacional: si su construcción no llega a ser una opción de poder, será una vía generada desde el peronismo para sacar del gobierno al kirchnerismo.
Cristina y Alberto Fernández nunca esperaron otra cosa de Schiaretti, pero esa sigilosa jugada los descolocó. La sorpresa también fue mayúscula para la dirigencia nacional de Juntos por el Cambio: no fueron los discursos incendiarios de sus principales espadas legislativas sino un silencioso armado del cordobés lo que destronó a quien hasta el miércoles pasado fue la dueña del Senado.
También fue fuerte el impacto local de esa jugada. Ya nadie duda en Córdoba de que el intento presidencial de Schiaretti va en serio: las pocas dudas que quedaban en el oficialismo se evaporaron y la oposición, que se burló hasta ahora de ese proyecto nacional del gobernador, desde la semana pasada mira con otros ojos lo que se está tramando desde el Panal.
Impacto local
Los principales referentes cordobeses de Juntos por el Cambio repiten hace meses que el armado nacional de Schiaretti es un invento que sólo tiene dos objetivos: llegar al final de su tercera gestión provincial sin perder el poder y generar expectativas para la continuidad de Hacemos por Córdoba.
Esa lectura comenzó a cambiar por la fuerza de los hechos y también por la mirada política que los socios opositores cordobeses encuentran en Buenos Aires. Mauricio Macri en primer lugar, pero también Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta celebran la iniciativa de Schiaretti porque aplican la más elemental lógica política: con Javier Milei comiéndole votos a Juntos por el Cambio, que el gobernador cordobés se embarque en una construcción que dispute con el Frente de Todos es una buena noticia para ellos.
Son los precandidatos a gobernador Luis Juez y Rodrigo de Loredo los que quedan en una situación incómoda, porque no tienen otra opción que criticar a Schiaretti y a su gestión para construir su propio proyecto de poder provincial. También están obligados a minimizar la importancia de ese intento porque es un hecho que cualquier iniciativa nacional del gobernador potencia las chances de continuidad de Hacemos por Córdoba.
El intendente Martín Llaryora es el beneficiario directo de esa estrategia. Lo es por el impacto proselitista de las tres campañas simultáneas que harán Schiaretti, Llaryora y Daniel Passerini en la ciudad de Córdoba.
Pero en especial lo será si efectivamente llega a la Gobernación, porque la participación de Schiaretti en una fórmula nacional sería casi una garantía de más diputados nacionales para el peronismo cordobés. Llaryora fue diputado durante la gestión de Cambiemos, cuando el schiarettismo definió temas clave y negoció en inmejorables condiciones con el gobierno de Mauricio Macri por ese puñado de votos. El intendente de Córdoba quiere repetir ese esquema: le otorga una importancia superlativa al bloque propio en el Congreso y también en ese frente tiene en Schiaretti a un aliado.
Contante y sonante
Schiaretti también espera que la jugada del Senado le retribuya en los nueve meses que le quedan como gobernador. El flamante bloque Unidad Federal ya dejó claro que para dar cuórum pondrá en la mesa de negociación varios proyectos que el schiarettismo impulsa infructuosamente desde hace meses: el reparto equitativo de subsidios al transporte y paridad de las empresas eléctricas provinciales con Edenor y Edesur en el pago de la energía mayorista. También vuelve a estar en carpeta el viejo reclamo cordobés de que esas firmas y Aysa pasen a manos de la provincia y la ciudad de Buenos Aires, para que todos los argentinos dejen de asumir las pérdidas que aquellas ocasionan.
A esa lista se suma un conflicto mucho más urgente. La semana pasada se cumplió el segundo mes consecutivo sin envíos de recursos nacionales a la Caja de Jubilaciones de Córdoba, que esperaba para 2023 la actualización de los montos congelados desde 2019, pero hasta ahora no recibió un peso. Son casi 9.000 millones de pesos los que deberían haber llegado a Córdoba y no vinieron. Anualizados, serían más de 60 mil millones de pesos.
La Provincia ya prepara la intimación a la Anses. Y el paso siguiente es volver a la Corte Suprema de Justicia, donde Córdoba ya le ganó un juicio por el mismo incumplimiento al kirchnerismo en el poder. Pero son 13 las provincias que no transfirieron sus cajas previsionales y esta vez el reclamo es conjunto: se empieza a gestar otra jugada de impacto nacional.
