La asunción de la cordobesa Alejandra Monteoliva como ministra de Seguridad de la Nación fue, en apariencia, un trámite ceremonial: Salón Blanco, la jura de rigor y discursos con la liturgia clásica del orden y el combate al delito. Pero detrás del protocolo se movió otro tablero más político. Y Córdoba, con el ministro Juan Pablo Quinteros al frente, decidió estar ahí.
No sólo para la foto, sino para enviar un mensaje que ratificó que el vínculo con la conducción nacional es estratégico, al menos en Seguridad.
Quinteros llegó a la Casa Rosada acompañado por el jefe de la Policía de Córdoba, Leonardo Gutiérrez. Se ubicó entre las primeras filas mientras Javier Milei y Patricia Bullrich oficiaban de anfitriones políticos en la transición hacia la nueva etapa. En un Gobierno nacional que reacomoda fuerzas, sostener presencia en un acto de este peso parece implicar algo más que cortesía federal; implica mostrar que Córdoba está alineada con la administración libertaria en la lucha contra la inseguridad.
El ministro fue explícito. Habló de “profundizar el trabajo conjunto” con la nueva gestión y con las fuerzas federales, de articular en “una política criminal federal y de cooperación interjurisdiccional”, y de combatir organizaciones delictivas que ya no respetan fronteras provinciales.
“Acompaño con firmeza y total respaldo la asunción de la nueva Ministra de Seguridad de la Nación”, dijo Quinteros.
“Su experiencia y claridad técnica son garantías para consolidar un trabajo coordinado entre Nación y provincias, orientado a combatir el crimen organizado y fortalecer el orden público. Córdoba estará a la altura de ese desafío y vamos a seguir avanzando en esta pelea contra las bandas narcocriminales y cualquier organización que intente alterar la tranquilidad y bienestar de los cordobeses y los argentinos”.
Definiciones
En ese marco, la jura de Monteoliva fue también una escena para leer definiciones. Bullrich, convertida ahora en senadora y figura tutelar del espacio, se encargó de copiarle al acto un pulso doctrinario sin matices.
“Si hay alguien capaz de sostener y profundizar la doctrina que devolvió el orden a la Argentina, es ella”, dijo, en un mensaje que funciona tanto como respaldo como advertencia.
Bullrich no habló de continuidad técnica, sino de continuidad ideológica.
La ahora senadora también resaltó que Monteoliva la acompañó “en cada una de las decisiones” durante su gestión. Lo que traduce, políticamente, que no se trata de una ministra improvisada para llenar un casillero. Es la depositaria de un legado que su mentora quiere ver ampliado.
Su promesa pública fue directa: “Lo que viene: más seguridad y más orden”.
Monteoliva, por su parte, recogió el guante con una línea similar. Prometió continuidad, coordinación y decisión para enfrentar al delito. Habló de llevar la “doctrina de seguridad” a todo el país y de trabajar junto a las Fuerzas Federales para consolidar lo alcanzado.
Ahí vuelve a entrar en escena Córdoba. Porque si algo quedó claro en la última década es que ninguna provincia puede pelear sola contra estructuras criminales que se mueven, mutan y se financian en circuitos que exceden cualquier límite político-administrativo. Y Córdoba, como lo ha repetido en varias ocasiones el propio ministro Quinteros, necesita un Ministerio de Seguridad nacional que no sea un espectador distante sino un socio operativo.
Especialmente, cuando la gestión de Bullrich es bien considerada por la sociead.
El gesto de Quinteros en Buenos Aires apunta precisamente a eso. A asegurarse un canal directo, a mostrar que su provincia está dispuesta a jugar en un plano de políticas coordinadas y a recordarle al Gobierno nacional que la seguridad ya no admite compartimentos estancos.
