A diario nos toca convivir con ciertas conductas irritantes que, pese a estar prohibidas, suelen reiterarse ante la incapacidad estatal de controlarlas.
Sin embargo, ha sido noticia que, al menos en la ciudad de Córdoba, estas actitudes marcadamente antisociales están cerca de dejar de ser impunes.
Estoy hablando de quienes estacionan sus vehículos bloqueando las rampas para personas con discapacidad, los accesos a los hospitales o las cocheras ajenas.
La indignación o desesperación en quienes sufren tales atropellos contrasta con el desinterés o incluso el desprecio de quienes las cometen, pese a lo cual, hasta ahora, en general permanecían exentas de consecuencias legales. Al parecer, eso está por cambiar.
Tecnología al servicio de la convivencia
La novedad radica en que la Ciudad de Córdoba, imitando a otras grandes urbes, tomó la determinación de permitir que sean los mismos vecinos quienes, a través de su aplicación electrónica, puedan denunciar infracciones con sus celulares, las que luego serán investigadas por los tribunales de Faltas.
Tal interacción entre la participación ciudadana, el avance tecnológico y la decisión gubernamental de buscar soluciones innovadoras permite sortear la obvia imposibilidad material de contar con suficientes inspectores municipales para vigilar cada rampa, cada acceso y cada cochera las 24 horas del día.
Esta estrategia no sólo permite involucrar a la población en la promoción de la convivencia, pasando de ser espectadores a protagonistas de su propia ciudad, sino que, además, ataca la anomia que suele caracterizar a nuestras sociedades, lo cual evita que se difunda la desgastante sensación de impotencia o incapacidad estatal de hacer cumplir las normas.
De esa forma, el voluntariado civil en el mantenimiento del orden público implica una renovada modulación de la participación ciudadana en el proceso de formación de las decisiones públicas, que se vuelve posible debido a avances tecnológicos antes inimaginables.
Al respecto, la aplicación municipal es capaz de distinguir imágenes alteradas por la inteligencia artificial, al tiempo que ofrece garantías para asegurar la autenticidad, ubicación y trazabilidad de las fotografías que aporta el ciudadano.
Por otra parte, esta propuesta supone un espacio de compromiso de la ciudadanía con la autoridad, que bien dirigido, puede permitir profundizar los lazos de convivencia social, incluso cuando ello implique la corrección de inconductas, o quizá justamente por ello.
Cabe reconocer que esta iniciativa, surgida del Tribunal de Faltas de la Municipalidad de Córdoba, exhibe un esfuerzo por proponer soluciones disruptivas a problemáticas tradicionalmente irresueltas.
Sin embargo, debe anticiparse que este proyecto no está exento de controversias.
Cuando te multa tu vecino
Si bien esta herramienta parece eficaz para cambiar la mentalidad de ciertos conductores que se sienten invulnerables, también podría llegar a producir situaciones conflictivas de vecindad, con acusaciones cruzadas entre ciudadanos o una mutua persecución colectiva que derive en una erosión de la vinculación social que la medida busca acentuar.
No obstante ello, experiencias en nuestro país abonan el éxito de la figura, tales como el programa Compromiso Vial Ciudadano, de la Ciudad de Buenos Aires.
Por otra parte, son varias las alternativas de que dispone la misma Justicia de Faltas a través de sus propias atribuciones, para asegurarse que la medida propuesta no derive en aquellos excesos.
En tal sentido, sería encomiable la posibilidad de recibir una primera advertencia antes de una sanción, o la ocasión de que el infractor pueda disculparse ante las autoridades y reparar el daño, o la de conmutar su pena por trabajo comunitario.
La opinión de Borges
Finalmente, cabe advertir sobre la posible divergencia entre la ideología del instituto en cuestión y la idiosincrasia criolla, tradicionalmente reacia a la delación y a la intromisión en los asuntos ajenos.
Se trata de un debate que atraviesa la identidad nacional y que Jorge Luis Borges veía sintetizada en una escena del Martín Fierro, de José Hernández.
Le resultaba muy llamativa la conducta de Cruz, quien pese a ser el jefe de la partida de soldados que debía detener a Martín Fierro, al ver la bravura con que se defendía el gaucho decide cambiar de bando y pelearse con sus propios subalternos, pues no consiente ”que se mate a un valiente”.
Ante ello, Borges concluye que en estas tierras, el individuo nunca se sintió identificado con el Estado, del que desconfía y al que rechaza.
Dicha actitud, en el fondo, es la misma que la del Quijote, que resume el pensamiento al decir: “No es bien que los hombres honrados sean verdugos de los hombres, no yéndoles nada en ello”.
Todo ello lleva a Borges a destacar el abismo moral que existe entre los cowboys norteamericanos y nuestros gauchos, ya que, aunque ambos distinguen el bien del mal, aquellos identifican la autoridad con el bien, mientras que estos la confunden con la cobardía y la vileza.
Esta observación justifica la sentencia del autor del Aleph, al asegurar que, si el Facundo hubiera sido la obra nacional, en lugar del Martín Fierro, otra hubiera sido la suerte de nuestro país.
Razón no les falta, ni a Borges ni a Hernández. Aunque en ocasiones quisiéramos imaginar que fuera distinto. Al menos, esta vez.
Abogado; magíster en Derecho Administrativo; profesor UNC





















