Alí Jamenei sonó aún más ridículo que cuando Donald Trump bendijo a israelíes e iraníes al grito de “estos tipos están locos” y diciendo “no estoy contento con Israel”.
No haber firmado una rendición incondicional no implica haber ganado una guerra. Trump nunca usa términos adecuados, pero fue el más claro vencedor en la guerra irano-israelí.
Los dos principales contendientes tuvieron que aceptar un cese del fuego, y entre ellos, el más derrotado fue el régimen del ayatolá, que se declaró vencedor cuando resultaba evidente que, si pudo aparecer ante las cámaras diciendo algo que en su sufrido país debe creer muy poca gente, es porque le dieron la chance de adelantar el final del conflicto para no firmar una capitulación. No mucho más que eso.
Israel obtuvo bastante, porque aniquiló la cúpula militar iraní, decapitó el equipo de científicos que desarrolla el programa nuclear y destruyó muchas instalaciones de alto valor estratégico.
Pero a Benjamín Netanyahu, el jefe de la Casa Blanca lo hizo desistir, a los gritos, de continuar la guerra hasta que caiga el régimen chiíta. Incluso lo habría presionado para que, a lo sumo en un par de semanas, ponga fin a los combates en Gaza y acepte alguna solución de dos estados para la cuestión palestina, a cambio, nada menos, de que lo que queda de Hamas abandone ese territorio, y la extensión de los Pactos de Abraham a Siria y a Arabia Saudita.
Netanyahu quería de Trump mucho más que los bombardeos a las instalaciones subterráneas de enriquecimiento de uranio. El turbio líder ultraconservador quería el fin del régimen iraní, además de la restauración monárquica con el hijo del fallecido sha Reza Pahlevi en el trono persa.

Pero aun cuando obtuvo menos de lo que pretendía, al primer ministro le sobran razones para estar agradecido con Trump.
La destrucción causada por el ataque norteamericano con bombarderos furtivos B-2 no es lo que puso a Irán contra las cuerdas. Sobre el nivel de devastación causado, la Casa Blanca dice una cosa y en los pasillos del Pentágono y del cuartel de la CIA en Langley se escuchan otras.
Pero incluso si las bombas apodadas “bunkerbuster” (rompebúnkeres) hubieran destruido esas instalaciones, el daño sería a un capital militar futuro y no al capital militar presente. Aunque se tratase de un futuro cercano, la pérdida no es una razón para aceptar el fin de las hostilidades. Por el contrario, ese ataque debió reforzar el casus belli iraní.
Si tras el bombardeo estadounidense lo que hizo Irán fue pactar un ataque simbólico a la base Al Ubeid y aceptar el cese de hostilidades, es porque el mensaje del bombardeo fue que, de no aceptarlo, tendría que dividir sus misiles balísticos entre las ciudades israelíes y las decenas de bases norteamericanas diseminadas en Oriente Medio, lo que consumiría velozmente los arsenales ofensivos de Irán y le impondría una derrota que derrumbaría el desgastado régimen de los ayatolás.
El pacificador en acción
El éxito de Trump es significativo, aunque difícilmente se convierta en un acuerdo de paz irano-israelí. Quizá tampoco resulte suficiente para un armisticio duradero como el que detuvo la guerra de Corea en 1953.
Trump tiene razones para festejar. Joe Biden quiso ponerle límites a Netanyahu y jamás lo consiguió. Trump tampoco podía. Meses atrás, anunció un cese del fuego en Gaza que el primer ministro destruyó de inmediato.
El magnate neoyorquino se indignó con Netanyahu, lo que volvió más creíble la amenaza de cortar los suministros, con que le impuso aceptar el cese del fuego y olvidarse de continuar la guerra hasta acabar con la teocracia persa. El presidente norteamericano necesitaba que esta fuera la “Guerra de los 12 Días”, ni uno más, porque eso lo mostraría como el pacificador que pretende ser.
Lo logró. Pero ese logro podría tener fecha de vencimiento. Sería en el momento en que Israel tenga en la mira un blanco iraní cuya eliminación implique un golpe de nocaut. O cuando Irán se recupere de los golpes recibidos y tenga los arsenales de misiles balísticos mucho más colmados que como los encontró esta guerra.

En el caso de Irán, hay una posibilidad aun más peligrosa: que obtenga misiles nucleares listos para ser disparados. Podría recibirlos de Corea del Norte, país que ayudó a construir el poderoso Shahed, versión iraní de los proyectiles norcoreanos Nodong. También podría comprárselos a Asif Alí Zardari, el corrupto presidente paquistaní y viudo de Benazir Butho, cuyos negociados arruinaron los dos gobiernos de su asesinada esposa.
Pero no es imposible que las armas de Irán e Israel continúen en silencio. Hay que considerar que lo que rige en la península de Corea es sólo un armisticio. Técnicamente, la guerra continúa. Pero desde hace ya 72 años, las tropas y los bombarderos no han vuelto a trasponer el paralelo 38.