El categórico e inesperado triunfo del Gobierno en las elecciones de medio término abre un abanico de lecturas políticas, económicas, sociales y culturales que exceden la coyuntura inmediata.
Más allá de los números, el resultado electoral expresa un cambio de clima y generó un importante giro discursivo del oficialismo, que merece ser destacado.
Narrativa sin credibilidad
Por un lado, resulta innegable que la principal fuerza opositora se presentó a la contienda vaciada de contenido, sostenida casi exclusivamente por la consigna de frenar al oficialismo.
Ese vacío de propuestas superadoras no constituyó una estrategia electoral, sino la manifestación del desgaste de un relato que hace tiempo perdió contacto con la realidad y dejó de ofrecer respuestas concretas a los problemas del país.
Como consecuencia, la narrativa opositora terminó perdiendo credibilidad ante amplios sectores de la ciudadanía.
Es probable que muchos argentinos –incluso aquellos que desde una cosmovisión humanista valoran la solidaridad, la justicia social, las libertades civiles, la representación plural, la igualdad de oportunidades y la equidad en la distribución de la riqueza– reconozcan que los gobiernos recientes, lejos de materializar esos ideales, nos condujeron hacia un sendero de empobrecimiento, estancamiento y dependencia.
Durante años, esa retórica funcionó como un refugio ideológico pero desconectado de la experiencia cotidiana de los ciudadanos, lo que terminó erosionando su legitimidad y perdió la capacidad de interpelar a la realidad.
Sin lugar para terceras vías
Otro aspecto relevante es la falta de acompañamiento de la sociedad a proyectos de centro o de “terceras vías”.
Vivimos tiempos en los que el debate público, la identificación social y, consecuentemente, las propuestas electorales terminan estructurándose en torno a esquemas binarios, sin espacio para matices ni síntesis superadoras.
El espacio del “medio” se ha vuelto en gran medida un territorio ignorado por la ciudadanía.
Esta lógica dicotómica empobrece la política, pero también explica parte del atractivo de liderazgos disruptivos que se presentan como alternativa de un sistema saturado de contradicciones.
El giro discursivo del Gobierno
En este contexto, resulta especialmente significativo el giro discursivo del presidente Javier Milei y de sus funcionarios tras el triunfo electoral.
Lejos de la estridencia, la soberbia y la confrontación de sus primeros meses, el Presidente y su equipo eligieron un tono de convocatoria y apertura, para destacar la necesidad de acuerdos que consoliden el rumbo del país.
El Presidente recalcó la necesidad de trabajar junto con gobernadores y legisladores de otras fuerzas políticas “racionales y procapitalistas” dispuestos a colaborar para impulsar las reformas estructurales.
Además, subrayó que la nueva etapa requerirá un Congreso que funcione en sintonía con el Ejecutivo, donde las consignas de su programa se transformen en leyes mediante el debate institucional y la búsqueda de consensos.

Reconoció que sus propuestas pueden sostenerse desde diferentes matices ideológicos, siempre que se comparta un mismo norte.
Este cambio evidencia una transición del discurso mesiánico y confrontativo a una retórica de diálogo institucional, reconociendo que la agenda reformista sólo podrá consolidarse mediante consenso y respeto a las reglas democráticas.
Del relato a la realidad
El triunfo electoral del oficialismo no sólo consolida su posición de poder para negociar alianzas y acuerdos, sino que –si las palabras se transforman en hechos– podría marcar el inicio de una etapa de mayor madurez política.
Es destacable el esfuerzo discursivo del Gobierno por promover una Argentina donde la alternancia no se viva como ruptura, sino como continuidad.
Sin embargo, en los hechos, lejos de desactivar la polarización, el Gobierno la profundizó.
El ministro Luis Caputo afirmó en la red social X que si Argentina quiere consolidarse como un país serio capaz de atraer inversiones que generen empleo, la alternativa política no puede ser el kirchnerismo.
Sin embargo, el oficialismo ha hecho del contraste con el kirchnerismo un eje central de su identidad, con lo cual eleva a su adversario y destruye o bloquea el surgimiento de posiciones moderadas capaces de garantizar estabilidad y previsibilidad institucional de largo plazo.
La cuestión decisiva es, entonces, si el Gobierno cree verdaderamente en este giro discursivo o si sólo lo utiliza como un recurso táctico frente a un nuevo ciclo político.
Si la promesa de diálogo se reduce a un gesto retórico, poco se habrá avanzado. Y si persiste la lógica de rivalizar con el kirchnerismo para afirmar el presente, el futuro volverá a ser rehén de la polarización que se dice querer superar.
Argentina no necesita más relatos redentores ni épicas refundacionales. Necesita instituciones que funcionen, reglas de juego que perduren y políticas que sobrevivan a los gobiernos de turno.
Licenciada en Administración



























