La economía argentina transita una etapa de alta complejidad, marcada por desequilibrios persistentes, expectativas desalineadas y una relación tensa entre el accionar del Gobierno y la dinámica del mercado.
En este contexto, las políticas económicas implementadas desde la liberalización del cepo cambiario no han logrado los resultados esperados, ni en términos de estabilización monetaria ni de atracción de capitales.
Esta columna se propone reflexionar sobre las causas de esa disonancia, los riesgos emergentes y las posibles líneas de interpretación sobre el rumbo futuro.
Un mercado que no respondió como se esperaba
El diagnóstico inicial del Gobierno era claro: se esperaba que los argentinos desatesoraran los dólares guardados “en el colchón”, con el objetivo de monetizar una economía en recuperación.
Sin embargo, no sólo no se produjo esa conversión, sino que desde la liberación del cepo cambiario los argentinos adquirieron miles de millones de dólares adicionales para atesoramiento.
En paralelo, se flexibilizaron normas macro prudenciales –como el período mínimo de permanencia de capitales externos– y se diseñó un bono que se suscribiría en dólares, pero se pagaría en pesos. No obstante, el riesgo país se mantuvo elevado y los dólares no ingresaron.
El Gobierno también decidió desmontar las letras de financiamiento (Lefi), con la intención de que los bancos gestionaran su liquidez, permitiendo que las tasas se definieran de forma endógena según la oferta y la demanda.
Pero la reacción de los bancos no fue la esperada. Luego exigieron tasas que llegaron a triplicar la inflación proyectada, para corregir el descalabro monetario generado.
Así, finalmente el mercado no aportó los dólares que la economía necesitaba, lo que generó tensiones cambiarias adicionales que impulsaron una suba del tipo de cambio que busca, como es habitual en el marco de un tipo de cambio flotante, compensar desequilibrios estructurales.
Entre intervenciones y expectativas
A pesar de su discurso favorable al libre mercado, el Gobierno mostró incomodidad con la evolución del tipo de cambio.
En consecuencia, en los últimos meses intervino en el mercado de futuros, elevó los encajes bancarios y subió las tasas de interés en un intento de diferir la presión sobre el mercado cambiario.
Así emergen nuevos desequilibrios que generan riesgos y tensiones adicionales. Entre ellos, la posibilidad de una caída en la actividad económica y el empleo, aumento de la morosidad en el crédito de las personas y de las empresas, y riesgo de una espiralización de la deuda pública, potenciada por la capitalización creciente de intereses en pesos.
Ante este panorama, las posturas más críticas cuestionan si el Gobierno realmente confía en los mecanismos de mercado.
Además, resaltan la contradicción de permitir la emisión para financiar altos intereses de deuda, pero no para políticas públicas como jubilaciones u obras de infraestructura.
Estas críticas, aunque legítimas, resultan estériles si no se tiene en cuenta que muchas de estas decisiones responden más a reacciones por un plan económico que no logra consolidarse que a una convicción ideológica del Presidente.
La pregunta más relevante, entonces, no es si el Gobierno interviene o no, sino por qué no logra alinear las expectativas del mercado. ¿Por qué los bancos exigen tasas desproporcionadas? ¿Por qué no ingresan capitales a la economía? ¿Por qué la formación de activos externos sigue en aumento? ¿Por qué las tasas reflejan que el mercado no confía en la banda cambiaria?
¿Incertidumbre electoral o falta de consensos?
Para el oficialismo, la principal causa de esta desconfianza es el llamado “riesgo kuka”; es decir, el riesgo de que el kirchnerismo vuelva al poder. Desde esa visión, bastaría con “aplastar a los kukas” en las próximas elecciones para que las expectativas se alineen y vuelva la estabilidad. ¿Será así hasta cada nueva elección?
Otras voces argumentan, en cambio, que el verdadero problema es más estructural: cuando el sistema político no logra definir una alternancia entre espacios políticos rivales que difieran en los matices pero que estén dispuestos a mantener las reglas del juego, el mercado no se alinea con los intereses del conjunto de la sociedad y encuentra una brecha en la debilidad del sistema político.
Licenciada en Administración