La rápida urbanización en América latina y el Caribe, donde más del 80% de la población vive en áreas urbanas, según el Banco Mundial, ha generado desafíos complejos, como la saturación del transporte, la gestión ineficiente de residuos y la desigualdad en el acceso a servicios básicos.
Es importante no confundir “población urbana” –refiere a la población que reside en áreas de dos mil o más habitantes– con “población que vive en ciudades”, ya que son dos dimensiones diferentes.
En este contexto, el modelo de ciudades inteligentes emerge como una solución prometedora, al integrar big data e inteligencia artificial (IA) para optimizar recursos y procesos y mejorar la calidad de vida.
El uso de big data y de la IA está transformando la planificación urbana en América latina. En Santiago de Chile, se han implementado soluciones basadas en datos para optimizar la movilidad. Por ejemplo, la estrategia de electrificación de parte de su flota de ómnibus públicos refleja un enfoque basado en evidencias para reducir emisiones.
La ciudad utiliza sensores y análisis predictivo para gestionar el tráfico, integrando datos de radares, estudios históricos y aplicaciones de navegación, lo que permite anticipar patrones de congestión y mejorar la eficiencia del transporte público.
Curitiba, por su parte, es un referente global por su sistema de bus rapid transit (BRT, o colectivo de tránsito rápido), implementado desde los años ′70. Aunque inicialmente no dependía de tecnologías avanzadas, la ciudad ha incorporado big data para monitorear flujos de pasajeros y optimizar rutas. Sensores en paradas y ómnibus recopilan datos en tiempo real, lo que permite ajustes dinámicos en los horarios y frecuencias.
Distintos enfoques
La gobernanza en las ciudades inteligentes puede clasificarse en enfoques top-down (liderados por el gobierno) y bottom-up (impulsados por la ciudadanía).
Santiago de Chile ejemplifica un modelo top-down, donde el gobierno municipal ha liderado iniciativas como la electrificación de ómnibus y la implementación de sistemas de monitoreo de tráfico.
Este enfoque centralizado ha permitido una rápida ejecución de políticas, pero a menudo carece de una participación ciudadana robusta, lo que puede limitar la inclusión de comunidades marginadas.
En contraste, Curitiba ha combinado elementos top-down y bottom-up. El diseño del BRT fue una iniciativa gubernamental, pero su éxito se ha sostenido gracias a la participación ciudadana en la planificación urbana.
Foros comunitarios y consultas públicas han permitido adaptar el sistema a las necesidades locales, promoviendo una gobernanza más inclusiva.
Sin embargo, la falta de recursos para escalar estas iniciativas a tecnologías más avanzadas evidencia las limitaciones del modelo bottom-up en contextos de desigualdad.
La Nueva Agenda Urbana (NAU), adoptada en 2016 en Quito, Ecuador, promueve ciudades sostenibles, inclusivas y resilientes, alineadas con los objetivos de desarrollo sostenible (ODS).
En América latina, UN-Habitat impulsa el programa People-Focused Smart Cities (en inglés, “ciudades inteligentes centradas en las personas”), que busca utilizar tecnologías digitales para garantizar equidad y sostenibilidad.
Tanto Santiago como Curitiba reflejan este enfoque, pero con matices. Santiago ha priorizado la sostenibilidad ambiental mediante la movilidad eléctrica, alineándose con el ODS 11 (ciudades y comunidades sostenibles).
Curitiba, aunque pionera en transporte integrado, necesita fortalecer su enfoque en inclusión social para cumplir plenamente con la Nueva Agenda Urbana, especialmente en áreas periféricas donde persisten asentamientos informales.
La movilidad también es un pilar clave de las ciudades inteligentes. En América latina, el aumento de vehículos privados ha generado congestión y contaminación, lo que ha llevado a priorizar el transporte público.
Curitiba es un modelo para seguir con su BRT, que transporta a millones de pasajeros anualmente con alta eficiencia. No obstante, su infraestructura requiere modernización para integrar tecnologías como la IA para la predicción de demanda.
Santiago, por otro lado, combina transporte público con iniciativas innovadoras como un sistema de bicicletas, que promueve la movilidad sostenible.
Además, ha implementado plataformas similares al SFpark de San Francisco (EE.UU.), que utiliza sensores para identificar espacios de estacionamiento disponibles, reduciendo el tiempo de búsqueda y las emisiones.
En Europa, ciudades como Madrid han adoptado soluciones como carriles reversibles desde 1995, un proyecto pionero que optimiza el flujo vehicular en horas pico. Aunque América latina aún no ha adoptado ampliamente este tipo de soluciones, el caso de Madrid ofrece lecciones sobre la importancia de adaptar la infraestructura a las demandas dinámicas del tráfico.
La urbanización acelerada en América latina, con ciudades como San Pablo y Ciudad de México enfrentando problemas de congestión y desigualdad, exige soluciones innovadoras.
Curitiba y Santiago se destacan por sus esfuerzos, pero enfrentan retos comunes: la brecha tecnológica, la dependencia de financiamiento externo y la necesidad de mayor participación ciudadana.
La integración de big data e IA debe ir acompañada de políticas públicas que prioricen la densificación y la equidad, evitando que las ciudades inteligentes se conviertan en herramientas que potencian la exclusión, la desigualdad y la violencia.
Curitiba y Santiago de Chile ilustran el potencial y los desafíos de las ciudades inteligentes en América latina. Mientras Santiago lidera con un enfoque top-down apoyado en big data y en movilidad eléctrica, Curitiba combina gobernanza participativa con un sistema de transporte icónico.
Ambos casos reflejan los principios de la Nueva Agenda Urbana, pero requieren mayor inversión en infraestructura digital y participación ciudadana para garantizar el desarrollo inclusivo.
Magíster en Smart Cities, Sostenibilidad y Gestión Urbanística