La Argentina es hoy un país inmerso en el caos, el desorden institucional, económico y ético, muy alejado de lo que soñaron nuestros mayores. Es muy difícil que algo cambie para los ciudadanos si no se pone un alto al “callejón de los milagros” al que estamos asistiendo impávidos, sin reacción para reclamar el justo castigo a los atropellos y los excesos que comete la política.
En lo que lleva de gestión, el Gobierno nacional ha trastabillado de manera negligente y estrepitosa. Me animo a catalogarlo de un desgobierno que hoy juega el poco prestigio de su frente político a uno de sus integrantes, que por cierto ha sido un gran malabarista desde sus inicios políticos y ha estado con todos y con nadie.
Esta política del desastre que trata de exterminar la división de poderes atacando a la Justicia de manera sistemática, para beneficio propio, y carteliza al Poder Legislativo para que sea totalmente funcional a los intereses de un grupúsculo de políticos de turno que sólo buscan el poder y no les interesa en nada el bienestar colectivo, está destruyendo las bases que, como Nación, nos enseñaron a proteger en un pasado no tan lejano.
Juntar voluntades
En la tarde del miércoles juró ante un grupo de acólitos el nuevo ministro de Economía, Sergio Massa. Asistimos así a una escena repetida en la política vernácula: cambiar para que nada cambie.
Con el rimbombante título de superministro, Massa debe enfrentar la dura realidad que viene castigando a los argentinos. Los tiempos se acortan y, si no se dan los resultados esperados en el corto y mediano plazo para frenar paulatinamente este combo de cuasi hiperinflación, pobreza e inseguridad, la falta de expectativas en la que se encuentra sumida la sociedad argentina tendrá un desenlace brutal.
Para que esto no pase, debe adoptar duras decisiones; va a tener que recalcular el rumbo del gobierno que integra y realizar el ajuste estructural del déficit fiscal, el aumento del Estado y el corsé de la corrupción de la que hace gala la política argentina.
En síntesis, frenar el descalabro económico, la crisis social y de inseguridad que pergeñó su propio gobierno. Para esta misión, debe esperar poco de todos y jugar su propia partida de ajedrez. Debe tratar de salir tablas en las primeras movidas para –de acompañarlo su buena suerte– lograr luego su gambetto, zancadilla o, como comúnmente conocemos, su propio gambito de dama que le permita mejorar y estabilizar la economía de un país en llamas.
Tareas complicadas
Esa es su expectativa para acceder a la ansiada candidatura presidencial en este callejón de los milagros en que se ha convertido el frente político que integra.
Necesitará de todas las voluntades: desde los productores del campo, la gran industria, las pymes, pero también el esfuerzo colectivo de una ciudadanía que ha recibido el castigo de la mala política por décadas.
Deberá, también, disciplinar a los mercados llevando tranquilidad, dando credibilidad. Poner un alto al chantaje sistemático de las organizaciones sociales y reducir los subsidios que estas reciben, que actualmente triplican los recursos que se giran a las provincias y ponen en riesgo la sobrevivencia del sistema previsional.
La hipotética reestructuración del gasto social, encauzada a la promoción del aparato productivo y a la reactivación de la obra pública, sin lugar a dudas pondrá en marcha la reactivación de la economía, generando miles de puestos de trabajo que podrán potenciar condiciones apropiadas en la economía para que, por enésima vez, las inversiones y las divisas lleguen al país y de esta manera Argentina crezca, se desarrolle, genere empleos en beneficio de la ciudadanía y le facilite mejores condiciones de educación, salud, seguridad y bienestar familiar.
Una sola carga
De lograr esto, el nuevo superministro también obtendrá la confianza de la comunidad internacional de negocios, motivando a los tenedores de bonos y de papeles argentinos a mantener en su portfolio de inversiones los títulos públicos argentinos.
Para que esto suceda, es necesario terminar con el remanido argumento de pan y circo que los sucesivos gobiernos han hecho crecer, lo que generó una cultura generalizada de corrupción, promoción de la vagancia y desesperanza.
Sergio Massa tomó posesión de su cargo. Desde ahora, nada en una pileta con tiburones. Tiene un arpón con una sola carga, que deberá utilizar bien, en el momento apropiado. De no ser así, sus aliados y sus adversarios lo advertirán y todos irán contra él.
* Consultor
