La conversación sobre dinero en las familias argentinas a menudo se ha abordado con reticencia, como si fuera un tabú. Sin embargo, en un contexto económico volátil como el nuestro, marcado por la devaluación de la moneda, por la alta inflación y por constantes cambios de políticas, el conocimiento y la gestión de las finanzas personales se vuelven herramientas indispensables.
Por eso insisto en que esta formación no debe posponerse hasta la adolescencia o la adultez, sino que debe comenzar en la primera infancia.
Introducir conceptos financieros a los niños desde pequeños no implica enseñarles a analizar gráficos complejos o a especular en inversiones.
Se trata, fundamentalmente, de inculcar valores básicos y de desarrollar hábitos saludables. Conceptos como ahorro, planificación, responsabilidad, paciencia, perseverancia y generosidad son pilares de una futura salud financiera.
Técnicas sencillas, como el método de los “tres frascos” (uno para ahorrar, otro para disfrutar y otro para donar), permiten a los niños visualizar y gestionar su dinero, y fomentan la autonomía y la autoestima, al alcanzar metas.
Desde los 5 años, con la aparición de la lectura y la escritura, los niños ya tienen la capacidad de comprender conceptos financieros básicos y aplicarlos a su día a día. A esta edad, pueden empezar a entender el concepto de postergar la inmediatez para lograr un objetivo a más largo plazo.
Consecuencias preocupantes
La falta de esta educación temprana tiene consecuencias palpables y preocupantes. En Argentina, existe lo que llamo un “pensamiento mágico” en relación con las finanzas, una creencia arraigada en que “poniendo uno, vamos a ganar un millón”.
Este pensamiento, propio de etapas tempranas del desarrollo psicológico, se ve exacerbado por la desinformación y la omnipresencia de la publicidad orientada al consumo, en lugar de la educación financiera.
Uno de los riesgos más acuciantes de esta falta de formación es la vulnerabilidad de los adolescentes ante las apuestas online. La facilidad de acceso a estas plataformas, sumada a una publicidad agresiva que promueve la falsa ilusión de riqueza rápida, atraen a jóvenes que carecen de la capacidad de discernir entre el entretenimiento y la adicción.
Esto puede derivar en ludopatía, con consecuencias devastadoras como endeudamiento, problemas psicológicos, descuido de responsabilidades e, incluso, la participación en actividades delictivas. De no cambiar el rumbo, podríamos enfrentar en 50 años a la generación más grande de ludópatas.
La educación financiera, por el contrario, ofrece a los jóvenes una alternativa real y regulada frente a la “magia” de las apuestas. Al enseñarles que hacer dinero requiere disciplina, paciencia y tiempo, y al mostrarles opciones como invertir en el mercado de capitales de forma informada y acompañada, se les brindan herramientas concretas para construir un futuro financiero sólido.
Como ejemplo, puedo mencionar a mis propios hijos, que desde temprana edad aprendieron a gestionar sus finanzas, a invertir y a ahorrar, y lograron incluso que el menor pagara su viaje de egresados con las ganancias de sus inversiones.
En este proceso, la familia juega un rol fundamental como primer modelo y referente. Los adultos deben informarse y educarse financieramente para poder guiar a los más pequeños.
Pasos cruciales
Hablar de dinero en casa de manera abierta, involucrar a los niños en conversaciones sobre el presupuesto familiar de forma simple y utilizar herramientas prácticas como el presupuesto escrito a mano (adaptaciones del Kakebo japonés, por ejemplo) son pasos cruciales.
El juego y la lectura son formas efectivas de aprender; son valiosas herramientas para iniciar estas conversaciones en familia.
Esta formación en las aulas, complementada con la participación de la familia y la sociedad, de talleres y experiencias prácticas, aseguraría que todos los niños, sin importar su contexto, adquirieran los conocimientos y hábitos necesarios para tomar decisiones económicas informadas a lo largo de su vida.
La realidad es que la economía del comportamiento nos demuestra que la relación con el dinero se forja desde muy pequeños, influenciada por lo que vemos en nuestros padres y por el entorno cultural.
Enseñar a los niños a administrar sus recursos, a diferenciar entre tranquilidad financiera y la ilusión de “hacerse rico rápido”, a entender los riesgos de las apuestas y a valorar el esfuerzo y la planificación es, en esencia, brindarles las herramientas para una vida adulta más segura, independiente y próspera.
Es una inversión en el futuro de cada niño y, por ende, en el futuro de nuestra sociedad.
- Educadora y asesora financiera