Las potencias imperiales nunca han escatimado esfuerzos en provocar discordias pues el conflicto siempre ha facilitado su ejercicio de dominación.
El Acuerdo Sikes-Picot (1916) que dividió las áreas de influencia de Gran Bretaña y Francia en Oriente Medio comenzó a negociarse al tiempo en que en Londres se planificaba el futuro de Palestina como protectorado británico y el establecimiento de un Estado judío.

Ese es el punto en el que una cronología moderna puede situar el origen del conflicto actual y la desestabilización geopolítica de la región.
En años posteriores, con la emergencia de los Estados Unidos como potencia hegemónica occidental, Gran Bretaña y Francia fueron capaces de apartarse del rol central del conflicto, sobre todo después de la crisis del Canal de Suez (1956), cuidando con mayor discreción sus intereses y dejando a la potencia norteamericana que respondiera a su “destino manifiesto” de gendarme.
Conflictos incesantes
Desde la creación del Estado de Israel (1948) los enfrentamientos armados de distinta categoría e intensidad no han cesado.
La complejidad y la dinámica, de una magnitud inusitada, han impedido el progreso de cualquier compromiso pacificador.
Cuando alguna luz de esperanza aparece en el horizonte, los extremos agitan el látigo llegando incluso al asesinato de quienes aspiraban a abrir procesos de pacificación, como sucedió con el Primer Ministro de Israel, Yitzak Rabin, tras los Acuerdos de Oslo de 1993.

El extremismo de Israel y la anarquía del mundo islámico circundante son aspectos determinantes de la violencia sin fin.
El negocio de las armas y el petróleo, y su rentabilidad, definieron el compromiso y el interés bélico y la incidencia en la geopolítica.
La verdad, primera víctima de cualquier guerra, se ve doblemente afectada cuando el espacio bélico se expande a la guerra cognitiva, lo cual –en tiempos de la revolución de las comunicaciones y la información– llena el horizonte de incertezas y falsedades.
La construcción de relatos convenientes es la bandera bajo la que se cobijan y ocultan verdades inasibles. La única verdad que emerge, entonces, es la constatación de destrucción y muerte con sus consecuencias perdurables.
Pronósticos equivocados de Netanyahu
Estados Unidos se ha involucrado de manera operativa en esta Guerra en la región por segunda vez en la historia; el anterior despliegue directo fue en Irak.

Un comunicado de estos días del senador Bernie Sanders recuerda que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, cuando en 2002 concurrió al Congreso estadounidense para abogar por la intervención norteamericana en Irak, afirmó que Saddam Husseim estaba cerca de obtener armamento nuclear.
Esa invasión de Estados Unidos aseguraría un triunfo definitivo sobre el terrorismo y el establecimiento posterior de la democracia sería un ejemplo que rápidamente seguiría Irán. Se iniciaría así un proceso de pacificación irreversible en la región.

El resultado fue distinto: no se encontró en Irak ningún indicio de las armas que se denunciaban, murieron 4.500 soldados estadounidenses y más de medio millón de iraquíes, se gastaron trillones de dólares y, en vez de democracia, se instaló una guerra civil interminable.
El desprestigio y la desconfianza hacia Washington, nunca pudo recuperarse. Netanyahu se equivocó entonces como ahora, es el título del comunicado del Senador. La paz a puro bombazo parece esquiva y costosa. Al día de hoy, cada vez más analistas comparan el fiasco de Irak en 2003 con la situación actual sobre Irán.
Una tregua con tres significados
La “Guerra de los 12 Días”, como Donald Trump denominó a su propia Guerra, parece estar en una tregua que para cada uno de los tres contendientes tiene significado distinto, lo que obviamente encierra una contradicción difícil de salvar.
Primero, Israel y, luego, Irán vulneraron el cese del fuego y hasta hubo un par de misiles sobre el Estado hebreo de los que nadie se hace cargo.
Trump montó en cólera, pero al menos pareciera que el cese al fuego, en lo inmediato, podría mantenerse, importante en una contienda que parecía destinada a ser de largo aliento.

Los argumentos utilizados para lanzar los ataques de defensa preventiva contra Irán son débiles, insuficientes y surgieron de constataciones parciales.
Los daños significativos causado por Israel en la superficie y de los Estados Unidos en las profundidades del territorio iraní no permiten asegurar el grado de afectación a los desarrollos nucleares, incluido el destino de 400 kilogramos de uranio altamente enriquecido que poseía Irán.
Tampoco se puede determinar si Teherán -como afirman sus autoridades- ha sido exitoso en defender el futuro de su programa nuclear.

Los éxitos de Estados Unidos contra las instalaciones nucleares no pueden hoy confirmarse como en su momento sí lo fueron los ataques de Israel a Irak y Siria. Pero el relato debe continuar.
La razón nuclear
Ya no se procura la caída del régimen teocrático, tampoco la reinstalación de la familia Reza Pahlevi, ni de la democracia en la región.
Subsiste la razón nuclear, difícil de constatar desde que Irán prácticamente rompió con la Organización Internacional de Energía Atómica (Oiea), o más precisamente con su director general –el argentino Rafael Grossi– después de que este impusiera un informe técnica y políticamente cuestionado, que se constituyó en el argumento principal de los ataques.
Las posibilidades de inspección de la Oiea de momento están cerradas. Europa podría hacerlo a instancias de Inglaterra, Francia y Alemania, aunque estos estados hayan fracasado en su intervención para evitar la Guerra de los 12 Días.

Quizás Irán desearía que se retomen las negociaciones que permitan un desarrollo nuclear controlado como supo impulsar Barack Obama y que Trump hizo fracasar en su primer gobierno al retirarse de ellas.
Pero este camino sería rechazado por Estados Unidos e Israel pues dejaría incólume el verdadero objetivo de estas guerras: que en Oriente Medio no haya ningún otro poder absoluto que no sea Israel.
Así las cosas, las puertas a una reanudación de la guerra son mucho más amplias que las estrechas que puedan conducir a un proceso de paz.
Como dijo el pasado domingo el papa León XIV, se “presenta un escenario dramático” que “incluye a Israel y a Palestina” frente al “grito de la humanidad que invoca la paz y reclama la responsabilidad” de sus líderes que deben cesar sus incitaciones al conflicto.
El odio es enemigo de la paz
*Abogado y exdiplomático