Hacia fines del Siglo XVIII había en el Río de la Plata una sola imprenta. Estaba en Córdoba y era de los jesuitas, que la abandonaron cuando fueron expulsados. El virrey Vértiz dispuso su traslado a Buenos Aires, donde la emplazaron en la Casa de los Niños Expósitos. En su taller nació, en 1801 (no sin antes vencer las naturales trabas burocráticas), el primer periódico editado en el Virreinato: El Telégrafo Mercantil, de Francisco Cabello y Mesa.
A partir de entonces, se sucederían otras publicaciones, aunque siempre escasas. Hipólito Vieytes editó El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio entre 1802 y 1807. En marzo de 1810, Belgrano fundó El Correo de Comercio y, finalmente, la Primera Junta constituida el 25 de mayo de 1810 ordenó la publicación de la Gazeta de Buenos Ayres. El 7 de junio apareció el primer número, y en su homenaje se celebra hoy el Día del Periodista.
Fue su redactor el secretario de la Junta, Mariano Moreno, quien “a la hora de doctorarse” –decía José Ingenieros– había cambiado la teología por la democracia, Tomás de Aquino por Rousseau y el púlpito por la prensa.
Aunque en las manos de Moreno la Gazeta era un vehículo de acción política y propaganda, en sus páginas se difundían los principios fundamentales de la libertad de prensa, concebida como un poder no delegado que el pueblo se reserva para sí.
El 21 de junio, Moreno escribió: “La verdad, como la virtud, tienen en sí mismas su más incontable apología, a fuerza de discutirlas y ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo; si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia, y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria”.
Una libertad estratégica
El 26 de octubre de 1811, la Junta Grande dictó el Decreto de Libertad de Imprenta de 1811, que reconocía el derecho de todos los ciudadanos a “publicar sus pensamientos sin necesidad de aprobación previa”.
Fue el primer precedente, y cuando se alcanzó la organización nacional en 1860, los constituyentes le dieron especial protección. El artículo 14 de la Constitución Nacional garantiza el derecho de “publicar sus ideas por la prensa sin censura previa” y el artículo 32 prohíbe al Congreso dictar leyes que la restrinjan o impongan sobre ella la jurisdicción federal.
No se trata de una prerrogativa más entre otras, sino de una libertad estratégica de cuya vigencia dependen todas las demás.
Sin embargo, la consagración normativa de un derecho no lo garantiza de por sí, y a eso aludía Thomas Jefferson cuando decía que el precio de la libertad es la eterna vigilancia. Admonición que, en los tiempos que corren, tiene dramática actualidad.
Prácticas inaceptables
En Argentina, el periodismo transita uno de los capítulos más sombríos desde el retorno democrático. En 2024, los ataques a la prensa aumentaron un 53%. El presidente Javier Milei fue responsable de más de 50 episodios de hostigamiento, muchos de ellos impulsados desde el atril público mediante agravios personales y discursos estigmatizantes.
Además, ha dispuesto una serie de restricciones al trabajo de los periodistas en la Casa Rosada, imitando los protocolos de exclusión implementados por Donald Trump.
Según denunció el periodista Hugo Alconada Mon, el Gobierno prepara un plan de inteligencia para vigilar a periodistas, economistas y activistas, bajo el pretexto de neutralizar “manipulaciones” en la opinión pública. Luego de esa publicación, Alconada fue blanco de hackeos e intimidaciones digitales.
Prestigiosos periodistas de comprobada honestidad han sido objeto de ataques furibundos, y se acumulan denuncias penales por calumnias e injurias. En el vocabulario del oficialismo, Marcelo Longobardi es un “ensobrado”; Jorge Fontevecchia, un “quebrador serial”, y Jorge Fernández Díaz, un “impresentable, mentiroso y repugnante”.
El Presidente ha encontrado una plataforma desde la que multiplica sus agravios en el canal de streaming Carajo, conducido por el influencer libertario Daniel Parisini, conocido como “el Gordo Dan”.
En una extensa entrevista de seis horas, Milei desató una catarata de insultos hacia periodistas, economistas y opositores, y llegó a afirmar que “los periodistas han sido históricamente las prostitutas de los políticos” y que “si odiás al político, al periodista odialo más”.
Indulgencia y enojo
Fopea, Adepa, la Sociedad Interamericana de Prensa, Amnistía Internacional y múltiples organismos han alertado sobre el retroceso democrático en materia de libertad de expresión. Lo más inquietante es que muchos periodistas –firmes defensores de la república durante el kirchnerismo, a quien con razón reprocharon chantajes, relatos y escarmientos– hoy se muestran indulgentes frente a conductas oficiales aún más peligrosas.
Esos profesionales son premiados con entrevistas exclusivas que se reducen a monólogos presidenciales, donde el periodista se degrada y la ira de Milei explota sin control. Detrás del discurso libertario, de tanto enojo, lo que asoma es desprecio por la democracia y por la misma libertad cuyas ideas pretende irradiar.
En el discurso fúnebre por el primer año de la guerra del Peloponeso, Pericles dijo: “Y en cuanto a la libertad, la practicamos no sólo en la vida pública, sino también en la vida cotidiana: no nos enojamos con nuestro vecino si actúa a su manera ni lo miramos con sospecha, pues no hay en nuestra ciudad leyes represoras que impidan decir lo que uno piensa”.
- Abogado