No será sencillo decidir el voto el próximo 19 de noviembre. Si las dificultades para ello estaban presentes en las instancias previas, no parecen haber disminuido ahora que la ciudadanía sabe quiénes se enfrentan en el balotaje.
Un candidato, Sergio Massa, representa continuidad con visos de ruptura parcial o “de a pasos” con respecto al turbulento presente del cual él mismo es uno de sus factótums más relevantes. Es, también, miembro de un partido clásico que comparte ciertas ideas con la otra tradición fundada por Hipólito Yrigoyen, cuyos integrantes mayoritariamente forman parte de la oposición al gobierno actual.
El otro, Javier Milei, apuesta en sus discursos a un cambio de raíz. Pero quienes lo rodean políticamente y sus propias intenciones de triunfo lo acercan cada vez más a aquello que decía detestar en su camino fulminante a la vidriera política. Y sus ideas están salpicadas de conceptos y puntos de vista alejados, excéntricos o contrarios a la cultura política más arraigada en el país, al mismo sentido común o a la propia experiencia de otras democracias.
Milei es un outsider que pide el ingreso a la política real. Massa, un profesional del establishment dirigente local. El centro los atrae y la moderación es la manera más razonable de acercarse a él. Pero ¿cuál de ellos tiene el realismo y el equilibrio necesarios para afrontar lo que viene? ¿Quién será más creíble en su plan de seducción electoral?
Una de las certezas que tiene la sociedad es que, al menos en términos económicos y de política social, muchas cosas deben modificarse en profundidad. Un país con casi el 50% de personas pobres o indigentes y un 40% transitando en la economía informal tiene poco margen de error.
Todo parece claro: lo que ocurre y la necesidad de cambiar. Sin embargo, el dilema de la opción por cuál inclinarse está y exige una respuesta nuestra, en forma de sufragio, en menos de un mes.
Quizá la contestación a ese interrogante se encuentre en aquel que sea más institucional; más concreto; más claro en el camino a seguir; más amplio y creíble en su convocatoria republicana; que pueda sintetizar audacia y conservadurismo, y que no someta a la sociedad a una nueva panacea ideológica carente de antecedentes serios y de experiencias válidas.
Por otra parte, esa decisión materializada en el voto no será un cheque en blanco, una delegación por cuatro años. Se parecerá más a un permiso temporario que será renovado sólo si da resultados. No habrá una luna de miel larga ni primeros 100 días de gracia comprensivos y condescendientes.
El poder del voto y la exigencia democrática de mejoras, de institucionalidad y consensos, de sacrificios con sentido, están y estarán a la orden del día. Máxime cuando ninguno de los políticos en disputa enamora, convence y es portador de un idealismo superador de la realidad que nos toca vivir.
* Periodista
