El papa Francisco decía hace algunos años que celebramos el haber encontrado una vacuna contra el Covid-19, pero tristemente aún no se han hallado soluciones eficaces para poner fin a la guerra. En efecto, el virus de la guerra es más difícil de vencer que los que afectan al organismo, porque no procede del exterior, sino del interior del corazón humano,
¿Qué podemos hacer, entonces? En primer lugar, dejarnos cambiar el corazón; es decir, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo. Es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta.
Y en segundo lugar –nos recuerda Luis Aranguren–, el anhelo de la paz pasa por entrenar nuestra capacidad de ser afectados por el dolor de aquellos para los que sobrevivir constituye su día a día; que nos duela un poco el dolor de los dolidos y, compadecidos, ayudar a suavizarlo: “Para subir a la paz, hay que bajar al dolor”.
La cultura del odio se ha adueñado de nuestros espacios públicos. Ojalá sea esta la oportunidad para esclarecer que la supremacía, el prejuicio y el desprecio hacia el otro diferente son la antesala del horror y el precipicio que nos conduce a la regresión más espantosa. No nos merecemos como humanidad permanecer indiferentes.
Parece –afirma Ignacio Cervera Izuzquiza– que ya no se puede hablar de nada sin tomar partido por un bando u otro. Todo lo politizamos y debe ser blanco o negro. Cuando se trata de guerras, seguimos empeñados en buscar buenos y malos. Nos aventuramos a opinar y a juzgar quién tiene razón, y olvidamos que detrás de todo esto hay personas con historias, con sufrimiento y con dignidad.
El papa Francisco dijo: “La guerra es una derrota de la humanidad”. Y no se equivocaba. No nos pueden obligar a elegir bando. El único bando al que nos sumamos es al de la paz.
Y es que, tal vez, lo que más necesitamos no es tener razón, sino tener corazón. Volver a mirar con compasión, con deseo de paz, poniéndonos del lado de quien sufre, sin importar el “bando”; no de quien grita más fuerte.
- Arzobispo de Córdoba; miembro del Comipaz