Es una cuestión de proporción, como sucede con la mayoría de las cuestiones vitales. Y si se entiende desde el punto de vista de lo físico, no parece ser tan evidente en el campo de lo espiritual, o en el de lo vincular, dos dimensiones que –claramente– están más que emparentadas.
Nadie negaría que un exceso o una carencia de hierro, potasio, o cualquier otro elemento que integra nuestro organismo, podría ser potencialmente mortal. En ese sentido, es obvio que debemos contar con la cantidad suficiente de cada uno de ellos para poder subsistir.
Ahora bien, cuando se trata de emociones, la sutil proporción de su despliegue también debe sopesarse en función de lo que busquemos a través de ellas. Fomentar en demasía algunas u otras, según el caso, podría llegar a ser incluso más peligroso que cualquier desajuste químico.
Pues entonces, en épocas de odios exacerbados, pongamos –si es posible– tan sólo una cuota de mesura también en esta despiadada emoción, y sepamos definir cuándo no odiamos lo suficiente.
De entrada, hay que despersonalizar, sabiendo que el odio que vale la pena nunca debiera estar atado a una persona o a un grupo de personas en sí, sino a sus acciones, aquellas que merezcan ser vilipendiadas.
Por ende, y por ejemplo, es menester que, si queremos una sociedad más sana, odiemos lo suficiente a la violencia, y pareciera ser que no lo hacemos tanto.
No odiamos lo suficiente a la corrupción, porque si lo hiciéramos contaríamos con una gestión más transparente en lo público, pero también en lo privado.
Menos aún odiamos lo suficiente a la injusticia, porque si nos plantáramos con mayor firmeza en esta área, indudablemente descenderían la impunidad y la reincidencia.
Tampoco odiamos lo suficiente a la ignorancia, pues si así fuera nos empeñaríamos muchísimo más en invertir lo necesario en la educación de nuestra gente.
Y finalmente no odiamos lo suficiente al odio; por tanto, seguimos lastimándonos en vano, retrasando la llegada de un tiempo mejor para todos.
Algunos sabios dicen que la palabra “Sinaí”, el nombre del monte en el que Moisés recibió los mandamientos, está asociada a la raíz hebrea “siná”, que significa “odio”, ya que a muy pocos les gusta estar sometidos a tanta ley, y vaya si eso ha fomentado el odio…
Mientras tanto, por favor, menos odio y más amor.
*Rabino, integrante del Comité Interreligioso por la Paz (Comipaz)