“La más mediocre de las democracias es preferible a la más perfecta de las dictaduras, sea de Pinochet o de Fidel Castro”.
Corría 2021 cuando Mario Vargas Llosa señaló el principio rector de su pensamiento político, que se mantuvo intacto desde su juventud izquierdista hasta su madurez y su vejez liberal de centroderecha: el aborrecimiento del autoritarismo.
Sea en la dimensión de la dictadura o en la del totalitarismo, que es la dictadura absoluta, el autoritarismo tuvo en el escritor peruano a un tenaz archienemigo.
“Creo que durante el ochenio odriísta nació mi odio a los dictadores de cualquier género, una de las pocas constantes invariables en mi conducta política”, explicó en La llamada de la tribu. En ese libro buceó en las profundidades de las obras de grandes pensadores liberales, desde Adam Smith hasta Jean-Francois Revel, pasando por José Ortega y Gasset, Frederich von Hayek, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Karl Popper.
A La llamada de la tribu lo escribió en 2018, ya en el crepúsculo de su larga vida. En sus páginas, resaltó incluso los aportes de John Maynard Keynes, citando el reconocimiento que le hizo Von Hayek, desde las antípodas en lo referente al rol del Estado en la economía.
Para Vargas Llosa, el autoritarismo es el mayor enemigo de la libertad. Así lo planteó, mejor que en sus pronunciamientos públicos y sus artículos, en el terreno que lo convirtió en una celebridad mundial: la literatura.
Los jefes es su primer cuento y allí relata una experiencia propia. Como cadete del liceo militar, intentó organizar una huelga contra las autoridades militares por el autoritarismo y la injusticia que imponían.
Tenía 12 años en 1948, cuando Manuel Odría derrocó al presidente Bustamante y Rivero. En Los cachorros, inició la crítica a la dictadura del general Odría, a la que consideró el “ochenio” que deformó y aletargó al Perú.
La ciudad y los perros, su primera gran novela, vuelve a cuestionar la disciplina militar y el programa del liceo Leoncio Prado, que inculcaba supuestos valores que, en realidad, obstruyen una buena formación humana.
Pero la crítica más profunda al régimen de Odría y las marcas que dejó está en Conversación en la catedral, considerada por muchos su obra máxima. En los primeros párrafos de esa novela aparece la pregunta que recorre todas sus páginas: “Cuándo se jodió el Perú”.
Hasta entonces, el blanco exclusivo de sus cuestionamientos era el liceo militar y una dictadura derechista. Pero fue la deriva izquierdista del primer gobierno aprista -encabezado por un joven y radicalizado Alan García, cuyas consecuencias económicas fueron desastrosas- lo que convirtió al autor de La tía Julia y el escribidor en candidato de la coalición encabezada por el partido centroderechista de Fernando Belaúnde Terry.
El primer exponente latinoamericano del antisistema, Alberto Fujimori, lo derrotó en el balotaje y gobernó durante la década de 1990 con un régimen autoritario que, además de vencer a las guerrillas Sendero Luminoso y MRTA, encaminó Perú hacia el libre mercado que apoyaba Vargas Llosa. Aun así, el autoritarismo del “fujimorato” lo convirtió en su acérrimo enemigo.
Su literatura continuó creciendo y en ella volvió a aparecer la historia política de Latinoamérica. Con dos grandes novelas de su etapa adulta y de su primera vejez, volvió a denunciar autoritarismos derechistas.
En La fiesta del chivo, convierte en paradigma del tirano abyecto al dominicano Rafael Leónidas Trujillo; mientras que Tiempos recios denuncia el estropicio cometido por la compañía norteamericana United Fruit al lograr que la CIA derrocara al socialdemócrata Jacobo Arbenz e impusiera al obtuso coronel Castillo Armas, lo que inició en Guatemala la calamitosa deriva autoritaria de América central y el Caribe.
En El sueño del celta, el villano es el colonialismo explotador de Leopoldo II en el Congo, y el héroe es Roger Cassement, diplomático británico homosexual que defendía el independentismo irlandés y denunció al mundo la cruel opresión que imponía el rey de Bélgica en las explotaciones de caucho.
Admiraba a los paladines de la “revolución conservadora”, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, pero nunca apoyó las dictaduras que esos líderes apoyaron. También escandalizaba al conservadurismo cuando se pronunciaba a favor del feminismo, el aborto, la eutanasia y el reconocimiento y respeto de la diversidad sexual.
Sin embargo, mientras el blanco en sus libros eran dictadores conservadores y derechistas, en sus pronunciamientos públicos apoyó a extremistas de derecha como Jair Bolsonaro, aunque como mal menor y considerándolo un “payaso” y defenestrando arteramente a gobiernos de centroizquierda como si fueran marxistas o populismos exacerbados.
A la mirada más profunda sobre la política no la expresaba en sus constantes manifestaciones públicas, sino en su obra literaria. En las páginas de sus libros, se ve claramente que, para el autor de Pantaleón y las visitadoras, el principal enemigo de la libertad es el autoritarismo.
- Periodista y politólogo