Estamos hablando de personas extraordinarias. De personas que han venido a dejar una marca, y es con ellas que las sociedades avanzan, no tan velozmente como la tecnología, pero gracias a su influencia vivimos mejor.
Son personas conocidas; son referentes. Pero eso sería observar la punta del iceberg. Lo que no se ve es que dan como respiran. Que se comprometen sin medida. Que no mezquinan un ápice lo más valioso que tienen: su tiempo. Ahí ancla su ejemplaridad, y estar cerca de ellos obliga. Arrastran.
El 20 de noviembre, en el Salón de los Pasos Perdidos de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación Argentina, casi 60 líderes de diferentes países de América latina recibieron la distinción denominada Liderazgos Transformadores de América Latina, en las áreas de educación, salud, medio ambiente, innovación tecnológica, derechos humanos, religiones, democracia y participación.
El proyecto cuenta con el respaldo del Foro Interinstitucional por el Liderazgo Transformador y el Foro Iberoamericano para el Desarrollo Humano Sostenible (Fidehus), junto con legislaturas federales y provinciales argentinas.
Reconocimiento a la integridad
¿Por qué nuestro rabino Marcelo Polakoff fue merecedor de la distinción?
“Rabino” viene de la palabra hebrea “rabí”, que quiere decir mi maestro. Y también quiere decir distinguido. El primer rabino, aunque hasta el siglo I no se oficializara la función, fue Moisés, el maestro del pueblo judío, y su sucesor Josué, quien tuvo la atribución de dictar sentencia.
Desde entonces, un rabino da servicio como líder espiritual y maestro dentro de la comunidad judía, guía en asuntos de ley judía, halajá, enseña la Torá y brinda orientación personal. Oficia ceremonias de la vida misma, como bodas y bar/bat mitzvá; acompaña a nacer y a morir; dirige los servicios religiosos; imparte prédicas, y alimenta la unidad y el sentir judío en la congregación.
Su integridad le permite liderar con el ejemplo a una comunidad compleja de culturas, orígenes y visiones, a la que se motiva para encontrar un sentido de pertenencia y participación.
Honrosas tareas, sin dudas, pero ¿son suficientes para merecer una distinción de líder transformador de las sociedades latinoamericanas?
Dentro de la comunidad, doy fe, el rabino Marcelo alumbra y marca una hoja de ruta. Y no hacemos referencia sólo a sus palabras, que restauran, sino a las acciones.
Es el primero en todo: el primero en arremangarse para amasar la matzá con los niños de la escuela en vísperas de Pesaj. El primero en acompañar a los enfermos y animar a los mayores que viven en residencias; el primero en señalar su desacuerdo cuando algo no está bien; el primero en poner la sabiduría de la Torá como brújula en los momentos de desorientación. El primero en suavizar las tensiones con un humor que desconcierta.
Constructor de puentes
Para él, no hay imposibles: Marcelo Polakoff construye puentes con todas las instituciones de la sociedad y con los diferentes cultos. Ha fortalecido el diálogo interreligioso creando lazos profundos, aun en momentos de tirantez internacional, cuando todo parece rodar por el abismo.
Marcelo ha sido mediador de conflictos entre poderes. Marcelo no es sólo un guía religioso: es un hombre de la ciudad; también un hombre de mundo.
Se le abrieron las puertas de las iglesias; las mezquitas; las sedes gubernamentales; las del Vaticano, y de organismos supranacionales, por su responsabilidad con el diálogo interreligioso del Congreso Judío Latinoamericano y por ser integrante del Congreso Judío Mundial.
En poco más de dos décadas de su estancia en Córdoba, ha ganado el corazón de personas e instituciones. Es un hombre de la ciudad, un ciudadano ilustre.
El sueño del rabino
Si hubiera que poner en alguna calle su nombre, hay una que lo representa: la calle de la convivencia, la calle donde musulmanes, judíos y cristianos de distintas procedencias viven desde hace más de un siglo sin conflictos raciales, étnicos ni religiosos. Donde construyeron sus mezquitas, sus negocios, sus sinagogas, sus iglesias, sus familias; donde construyeron riqueza, amistad, compromiso con la ciudad; donde aprendieron a disentir con afecto, con respeto, con orgullo de ser y pertenecer.
Esa calle de Córdoba, la calle Corrientes, es una pequeña materialización del sueño del rabino Marcelo, el que prioriza el diálogo intercultural, interreligioso; el que ilumina con su alegría la buena vecindad que respeta disidencias.
Esas son las calles por donde transita Marcelo en cualquier lugar de la tierra, y su trabajo es una invitación constante a habitarlas. Porque las ciudades se hacen también con aceptación, con afecto, con respeto y con algo de jutzpá, que en hebreo quiere decir osadía, audacia, descaro, atrevimiento y coraje. La osadía de quien se atreve a lo extraordinario aunque tenga que desafiar normas o expectativas.
Tal vez ese sea su rasgo de excepción: el motor que impulsa a vivir con sentido, con valores y creatividad, porque lo inmóvil necesita un sacudón. Porque así se hacen sociedades dinámicas, inclusivas y participativas que contagian entusiasmo y ganas de hacer. Y porque eso sí se tiene en cuenta a la hora de los reconocimientos.
Escritora, periodista
