La elección presidencial de 2023 fue el intento de resolución política de una crisis económica cuyos efectos persisten y dejó conformados dos grandes bloques de sentido. Dos interpretaciones marcadamente opuestas sobre las causas y consecuencias de esa crisis; dos polos de posiciones muy enfrentadas, al punto de negarle legitimidad democrática al adversario en más de una ocasión.
Uno de esos bloques está constituido por quienes votaron al Gobierno actual, por convicción o por necesidad, respaldan su gestión y no creen que el programa económico y político del oficialismo tenga riesgos de declinación en el corto plazo. A ese conglomerado se suman quienes en ocasiones dudan sobre la solidez del programa de Gobierno, pero no quieren que su gestión fracase, y mucho menos que estalle.
Al bloque opuesto lo integran quienes creen ver con absoluta claridad que el programa de Gobierno tiene inconsistencias graves y tiende a derrumbarse en un plazo no muy lejano. A ese núcleo se suman quienes no ven tan claro que el plan económico corra riesgos severos, pero ansían que estalle porque su gama de intereses dependía de la continuidad del desorden inflacionario.
Esos dos bloques disputan desde 2023 la legitimidad mayoritaria. Vienen sosteniendo disputas de aproximación en el año electoral. La más relevante fue en la Ciudad de Buenos Aires, con ventaja para el proyecto Milei. La condena judicial a Cristina Kirchner por corrupción, en especial su inhabilitación para la función pública, cambió las expectativas de canalización política y electoral de esos dos bloques.
Pero aunque la sentencia contra la expresidenta cambió el modo en que esos conglomerados opuestos podrán expresarse en las urnas, no modificó su “constitución semántica”: no cambió el sentido con el cual cada bloque lee su futuro y el del conjunto de la organización social. Si hubiese que nominar con una imagen de los últimos días a los dos polos opuestos, podría decirse que por un lado están quienes aplauden mirando el balcón y por el otro quienes celebran la tobillera.
La condena generó, además, una reacción previsible: la organización de una marcha multitudinaria en respaldo de la expresidenta. El efecto demostración fue sólido, unas 150 mil personas se convocaron en Plaza de Mayo, aunque también quedaron expuestas las divisiones que en su frente interno la conducción del PJ nunca pudo zanjar.
Entre la condena y la marcha, pudo observarse la continuidad de las dos constantes del proceso político iniciado en 2023: la polarización social y la fragmentación política. Sobre ese fondo de continuidades, apareció una secuencia de novedades en tres instancias.
La primera fue el momento de candidatura/condena. Cuando percibió que se aceleraban los tiempos judiciales para su condena, Cristina Kirchner apuró el lanzamiento de una candidatura menor, con la intención más que obvia de denunciar una proscripción electoral.
La Corte Suprema de Justicia no cambió su percepción jurídica de la situación de la expresidenta por ese último intento apresurado de presión política. Al firmar la condena en la causa Vialidad, abrió un segundo momento: el de las tratativas judiciales para la ejecución de la sentencia, que fue contemporáneo con la presión de la movilización a Plaza de Mayo.
Cuando los manifestantes abandonaban la marcha, sobrevino un tercer momento: el de la estrategia de objeciones sistemáticas ideada por la expresidenta y su defensa técnica para dar continuidad al efecto político de la manifestación.
Supervivencia
Esta secuencia de novedades desembocará en el futuro inmediato en el armado de la oferta electoral y los comicios de septiembre y octubre. Cristina Kirchner ya definió la metodología de campaña de su espacio político. El principal desafío que enfrenta es sostener en el tiempo el nuevo protagonismo construido a partir de la condena.
La sentencia a seis años de prisión para la expresidenta duplicará con holgura las mil y una noches. En esa obra clásica de la literatura, la protagonista pergeña un método de aplazamiento como fórmula de supervivencia. Cuenta una historia que nunca termina; actúa como una narradora sagaz y permanente, para eludir un final miserable.
El cuento kirchnerista de los últimos días es el de los avasallamientos a los derechos de la expresidenta. Da la impresión de que, muy lentamente, Cristina empieza a descubrir los aspectos menos glamorosos de su flamante condición de presidiaria. Pero canaliza el disgusto compitiéndole a Santiago Caputo con su propia ingeniería del caos.
Mientras desde San José 1111 la expresidenta discute cada una de los detalles de sus condiciones de detención, la Casa Rosada devuelve con munición jurídica de distinto calibre.
Milei no sólo se desentendió de un eventual indulto: le recordó indirectamente al peronismo el tamaño del obstáculo jurídico que enfrenta su lideresa. Sin indulto ni amnistía, Cristina está obligada a delegar sus votos.
Es la más compleja y la última de las noches que ella busca posponer con sus relatos.