Algo absurdo, con un toque de perversión, asoma en el sintagma nominal que eligió Donald Trump para rotular su patada al tablero del comercio internacional: “El Día de la Liberación”.
Absurdo, porque deforma la realidad visible de una manera descabellada. Y perverso, porque banaliza acontecimientos inmensamente trágicos que marcaron con sangre la historia.
El magnate neoyorquino aspira a que, de ahora en adelante, el 2 de abril sea en los Estados Unidos “El Día de la Liberación”, porque marca el momento en que levantó el muro arancelario que inaugura una era proteccionista.
Ya había llamado de ese modo al día en que derrotó a Kamala Harris en las urnas. Del mismo modo llamó al día que asumió su segundo mandato, y ahora lo proclama, en voz suficientemente alta como para que quede grabado en la historia, como nombre de la fecha en que reinició el proteccionismo y dio así comienzo a una guerra comercial a escala global.
¿Liberación de qué? ¿Acaso Estados Unidos ha sido en el último siglo un país abusado, expoliado y sometido por el resto del mundo, pero en particular por las democracias liberales noroccidentales que han sido sus principales aliadas y sus mayores socias comerciales?
Guerra arancelaria
El argumento de Trump incurre en la dimensión del absurdo porque parece describir un país que sufre la explotación que le imponen los demás países, en especial aquellos que estuvieron en su misma trinchera en las dos guerras mundiales y en la confrontación Este-Oeste.
Como sanguijuelas, europeos, canadienses, japoneses y surcoreanos, pero también chinos y tantos otros, succionaron sus riquezas hasta hacerlo languidecer. ¿Existe descripción más desmentida por el sentido común y por la realidad visible?
En el período durante el cual, según el relato trumpista, Estados Unidos fue estafado y despojado por el enjambre de bribones que componen la comunidad internacional, en especial los “parásitos” que integran el bloque noroccidental, la realidad evidente muestra que ocurrió todo lo contrario: Estados Unidos alcanzó el rango de superpotencia mundial, consolidó esa posición, alcanzó el desarrollo económico, construyó la sociedad más opulenta y el ejército más poderoso del planeta.
Banaliza y deforma la noción de comunismo al considerar que liberó a los norteamericanos de los “gobiernos comunistas” que impone el Partido Demócrata. Aún más, nombrando como hizo al día del lanzamiento de su guerra mundial arancelaria banaliza la mayor guerra de exterminio ocurrida en la historia.
Día de la Liberación es como se llamó al 8 de mayo de 1945, porque fue cuando se rindió la maquinaria de aniquilamiento nazi. Ese día se rindió la Wermacht del Tercer Reich, se apagaron los hornos crematorios de los campos de concentración, y se desintegró el régimen que ocupó y sometió a muchos países y criminalizó a Alemania.
Día de la Liberación evoca la apertura de las rejas de Auschwitz, Bergen Belsen, Treblinka, Dachau, Buchenwald y otros siniestros espacios donde imperó el mal absoluto. Evoca el fin de la industrialización del asesinato. El momento en que se detuvo el genocidio puesto en marcha por el supremacismo racista de Hitler.
Caos probable
Es muy probable que el nuevo orden económico que impulsa Trump con su guerra arancelaria provoque caos en los mercados y recesión global sin lograr el fortalecimiento de la economía norteamericana que promete el líder ultraconservador.
El nuevo orden económico mundial desglobalizado acaba de empezar, con políticas arancelarias que tienen un antecedente en la historia norteamericana: el presidente William McKinley implementó un proteccionismo similar entre el último año del siglo XIX y el primero del siglo 20.
Sus resultados fueron buenos en el corto plazo, pero a la bonanza la devoraron las contraindicaciones que aparecieron en el mediano plazo, que su impulsor no pudo ver porque fue asesinado en 1901.
Trump también se identifica con McKinley en el expansionismo, ya que aquel presidente anexionó las islas Hawái, además de ocupar Guam y Puerto Rico en la guerra contra España, inspirándose a su vez en James Polk, antecesor que anexó Texas, California, Utah, Nuevo México, Arizona, Nevada y partes de Wyoming y Colorado, además de comprar Oregón a los ingleses.
Lo que está claro es que el sintagma nominal elegido para este paso sísmico que sacudirá la economía mundial es una muestra de superficialidad con rasgos de perversión, que también intenta anunciar un cambio de sistema político en Estados Unidos.
El nuevo orden económico y geopolítico requiere que Trump continúe en el poder después de este segundo mandato, a pesar de la enmienda que lo prohíbe. Ergo, depende de que el líder ultraconservador pueda degradar la democracia norteamericana en autocracia.
Si eso ocurre, es posible que en el futuro se establezca otro “Día de la Liberación”: el que marque el fin de la era Trump.
* Periodista y politólogo