En un país donde el vino fue declarado bebida nacional, la evidencia del efecto tóxico del alcohol en el cerebro de niños y de niñas es abrumadora.
Para sorpresa de muchos, los más afectados son quienes aún no nacieron; quienes se están gestando en el útero de madres que consumen bebidas alcohólicas.
Cualquiera sea la dosis o frecuencia de consumo, la toxicidad es altamente probable por dos razones básicas: el nivel de alcohol que accede al cerebro fetal es elevado y la capacidad para metabolizarlo es menor.
Esto significa que no hay consumo de alcohol considerado seguro. Pequeñas o aisladas dosis de cerveza, vino, fernet o vodka podrían alterar funciones neurológicas infantiles de manera permanente.
Un signo objetivo y precoz es el peso bajo al nacer: la nutrición fue afectada.
Otra alarma es cuando se comprueba que la madre consumió cerca del parto; entonces, los recién nacidos pueden mostrar irritabilidad, llanto inconsolable e incluso convulsiones como signos de abstinencia.
A largo plazo, los efectos nocivos son diversos, aunque pueden ser resumidos como trastornos de conducta, de aprendizaje, de comunicación o de elaboración de razonamientos complejos.
Es aquí donde se despierta una asociación: tales manifestaciones coinciden con los que se observan en algunos niños con trastorno generalizado del desarrollo, trastorno del espectro autista o déficit atencional, diagnósticos cada vez más frecuentes durante la infancia y sin un único origen demostrado.
Por lo tanto, el consumo de alcohol se agrega como otra causa probable de retraso en el desarrollo, en dificultades para la comunicación, problemas de aprendizaje y cambios patológicos del humor.
En nuestro medio existe conciencia social sobre el riesgo, pero resulta imposible evitar que muchas gestantes beban “un poquito” o compartan “un brindis” cuando la ocasión invita.
El daño no es inexorable. La mayoría saldrá indemne, pero el problema reside en que es imposible diferenciar de antemano cuál niño se afectará y cuál no, ya que en el daño intervienen otros factores, como la edad de la madre, su estado nutricional, la graduación alcohólica de la bebida consumida y el trimestre en el que ocurrió el consumo.
Territorios ocultos
En el transcurso de toda gestación existen territorios ocultos; zonas de difícil observación respecto de consumos (y de otros riesgos).
Un período “silencioso” es el inicio del embarazo; esas primeras semanas durante las cuales la persona no sabe que está gestando y bebe alcohol con la frecuencia acostumbrada. Apenas lo advierta, dejará de tomar, pero la duda del efecto quedará planteada.
En tales casos, se impone seguimiento estricto del crecimiento del feto (aumento de peso) como signo de alerta. Como se dijo antes, la mayoría de los niños y las niñas crecerán sin problemas, pero algunos no.
Otra zona oculta se plantea en hogares de acogida y adopción. Cuando se desconoce si la madre biológica consumió alcohol, los controles profesionales deberían enfocarse en que el desarrollo psicofísico de cada niño o niña sea acorde con su edad, los estímulos recibidos y la nutrición.
Un tercer aspecto, quizá más complejo, son los embarazos en adolescentes, porque existe la posibilidad de que las dos personas involucradas puedan haberse afectado.
Por fortuna, datos actuales marcan una drástica reducción de gestaciones en menores de 17 años, lo que alivia de manera notable la angustia de las familias y de quienes acompañan.
No obstante, y cualquiera sea la situación, el mensaje es directo: durante la gestación, alcohol cero.
- Médico pediatra