“–Marcelito, ¿sabías que estoy construyendo un auto para llegar a la Luna?
–Y yo, si salto bien fuerte, varias veces, puedo llegar sin ningún cohete hasta el sol.”
Amo ese tipo de conversaciones, y más aún que a veces me llamen “Marcelito”. Por suerte me suceden a menudo en el jardín de infantes de nuestra querida Escuela Israelita General San Martín.
Pero no se trata solamente de la imaginación ilimitada de los chicos, o de su desfachatada creatividad. Tiendo a percibir por debajo de muchas de sus alocadas fantasías infantiles una clase de certeza maravillosa que –despojada de toda hipocresía–, los torna por un rato en superhéroes y les genera una alegría contagiosa, imposible de no admirar. Y salgo de allí, y con un dejo de nostalgia y desazón me pregunto cuándo, cómo y por qué dejamos de creernos capaces de tanto…
Obviamente, crecemos, y la realidad se nos va acomodando y nos va acomodando a la vez, pero hay un punto específico en la vida de cada uno que de algún modo –nunca explícito– decimos basta, y frenamos allí todo tipo de posibilidad de cambio. Y ya no son los sueños exagerados de la niñez, sino las chances reales de convertirnos en aquellos que queríamos ser. Es esa pausa atroz en la que –sin darnos cuenta– renunciamos a la belleza de la potencialidad del cambio, resignados a ser tan solo lo que somos.
No destilo estos párrafos porque sí. Es porque mientras celebramos Pesaj (el origen de las Pascuas), solemos recrear el evento inicial de la salida de la esclavitud egipcia de hace 3300 años poniendo foco en la libertad como valor esencial y base ideal para la recepción de la Torá, la adopción de la ley.
Eso está muy bien, pero no del todo cuando lo hacemos solamente a nivel popular. Falta la pata personal, lo indispensable de acariciar esa misma libertad desde el plano individual.
“En cada generación, cada persona debe verse a sí misma como si ella fuera quien salió de Egipto”. Esta invitación milenaria –parte de la narración pascual– es un desafío clave para que la fiesta no nos pase de largo. Para que la libertad que aún tenemos para el desarrollo personal sea nuevamente abrazada. Para que retomemos algunos de los sueños de cambio que habíamos abandonado, con la energía y la pasión de los chicos del jardín.
* Rabino, integrante del Comité Interreligioso por la Paz (Comipaz).