Un año electoral suele tener un impacto significativo en el comportamiento de los inversores. En estos períodos, la incertidumbre política y económica se intensifica y eso lleva a que muchos adopten una postura más cautelosa.
Lo vemos en la mayor aversión al riesgo y en la tendencia a reducir posiciones en activos de mayor volatilidad, como acciones y bonos.
La incertidumbre sobre los resultados y las futuras políticas genera, además, movimientos más marcados en los mercados financieros y en el tipo de cambio.
En este contexto, es común que los inversores busquen preservar capital o refugiarse en instrumentos más seguros, como dólares, obligaciones negociables o fondos comunes de inversión.
Este comportamiento refleja, en definitiva, la ansiedad por la estabilidad económica y la expectativa de cambios que podrían alterar el horizonte de inversión.
Hasta que se clarifiquen los resultados y las políticas, la actividad económica tiende a ralentizarse y las decisiones de inversión se vuelven más conservadoras.
Frente a este escenario, es fundamental adoptar estrategias que permitan no sólo proteger, sino también potenciar el capital.
Los mercados, en general, están expuestos a la volatilidad, y minimizar los riesgos que esta implica debe ser una prioridad. Una forma de lograrlo es invertir en ciertas acciones de empresas sólidas multinacionales.
Otra herramienta clave son los fondos de inversión diversificados, que agrupan capital de varios inversores para colocarlo en una mezcla de activos como bonos, acciones y bienes raíces, lo que reduce el riesgo y aprovecha la gestión profesional.
Las obligaciones negociables también cumplen un rol importante: al ser títulos de deuda emitidos por empresas, permiten diversificar por sectores y protegerse ante eventuales incumplimientos, al tiempo que se aprovechan oportunidades en distintos ciclos económicos.
Por último, ampliar el horizonte hacia mercados extranjeros ayuda a acceder a empresas y sectores con diferentes potenciales de crecimiento y estabilidad, incorporando así una capa adicional de diversificación. Todas estas estrategias, combinadas, permiten construir un portafolio robusto, preparado para distintos escenarios económicos.
Ahora bien, en un año electoral no todo es cautela. También surgen oportunidades. Una estrategia efectiva consiste en anticipar movimientos de mercado en función de las expectativas que generan los resultados electorales, ajustando las carteras para capturar rendimientos o proteger el capital ante escenarios adversos.
En este sentido, combinar activos de bajo riesgo con instrumentos que puedan generar retorno —como fondos comunes de inversión, Cedear y obligaciones negociables— resulta una buena forma de equilibrar seguridad y rentabilidad.
Antes de tomar cualquier decisión, sobre todo en entornos inciertos, es clave evaluar aspectos como la tolerancia al riesgo, la diversificación de la cartera, el análisis fundamental y técnico de las inversiones, y la liquidez y solvencia de las empresas.
A esto se suman la claridad en los objetivos, el horizonte temporal y una lectura precisa de las condiciones económicas actuales.
El año electoral, lejos de ser un período para quedarse inmóvil, puede transformarse en una oportunidad para reforzar la disciplina inversora, revisar estrategias y detectar nuevas ventanas de crecimiento.
La clave está en la información, la prudencia y la diversificación: tres pilares que permiten atravesar la volatilidad y salir fortalecidos.
Experto en finanzas y asesor en inversiones de Valerza