Una de las victorias más importantes que puede anotarse un emisor, un referente político, es la imposición de sus valores y sus términos en la realidad discursiva de la cual forma parte.
El economista Javier Milei, último fenómeno del circo beat de la política, ya puede decir que se ha anotado un triunfo desde el momento en que puso al resto de sus competidores políticos a discutir en función de sus valores y de sus términos discursivos.
De la clase política a la casta
Hasta ahora la forma más elegida por la población argentina para expresar su rechazo hacia las dirigencias partidarias y los representantes democráticos era llamarlos “clase política”.
Esta es una expresión que incluye a toda persona, sea de la ideología que sea, que se transformó en un profesional de la política, que vive del Estado y de los impuestos que pagan los contribuyentes. ¿Todos nos imaginamos el nombre de un diputado, un gobernador o un intendente mientras leemos esto? Es muy probable.
Otra característica de la expresión clase política es que suele ampliarse para incluir a otros ámbitos, como las dirigencias gremiales que, desde la mirada común, también están haciendo política con el dinero público.
La clase política es el hotel donde se alojan los privilegiados que pagan el servicio de habitación con el dinero del Estado. A veces, el alojamiento les dura toda su vida.
Pero ahora llegó Javier Milei, que hasta el momento fue elegido diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires en las elecciones de 2019 como representante de la coalición La Libertad Avanza.
Milei, el ogro que no eyacula
Milei irrumpió en el mundo de los medios masivos hablando de economía pero hizo su crossover a partir de 2018, cuando saltó a los programas de panelistas gracias a que empezó a contar que era “profesor de sexo tántrico”.
Agregó que podía permanecer hasta tres meses sin eyacular pese a ser un habitual participante de tríos sexuales, hazaña de la que hasta hoy no se había vanagloriado político argentino alguno.
Su cabello despeinado, casi un nido de aves, junto a su desinhibición a la hora de cantar en televisión imitando a Leonardo Favio, y a la confesión de que había sido pareja de la cantante Daniela Mori, intérprete del hit Endúlzame que soy café, lo terminaron de convertir en un personaje atractivo en pantallas a las que nunca lo habrían invitado para que hablara de asuntos sin rating, como la eliminación del Banco Central o las reformas monetarias necesarias para controlar la inflación.
Subido a su personaje de ogro, Milei supo aprovechar las ventajas del outsider y atacó a toda la dirigencia política calificándola de “casta”.
Como se ha preocupado en dejarlo claro, si él fuera presidente el país sería dado vuelta como un guante, se acabarían los subsidios, los piquetes, la moneda nacional, la inflación, el déficit fiscal, el empleo público y cualquier otro ser vivo con olor a populismo que cruzara frente a su escopeta.
Pero, al elegir el término casta para calificar a los políticos argentinos, Milei ejecutó un salto discursivo audaz. A diferencia del concepto de clase, que todos sabemos es más poroso, más flexible si se quiere, la idea de casta es más severa.
Milei y la casta argentina
Quien pertenece a una casta nace y muere dentro de sus límites, y transmite esa pertenencia de generación en generación. ¿También estamos pensando aquí en apellidos de conocidos políticos que ya ingresaron a su hija, a su esposa, a sus sobrinos, a sus hermanos al hotel donde disfruta la casta?
La palabra casta nos remonta en un viaje imaginario a la India, donde sobrevive una de las más antiguas y más injustas formas de estratificación social que existen en el planeta. El sistema se ha relajado en las últimas décadas, pero los integrantes de las castas bajas que llegan a cargos y ocupaciones destacadas continúan siendo excepciones a destacar, como lo ilustra, por ejemplo, la película india Tigre Blanco (Netflix, 2001). Brahmanes, kshatriyas, vaishyas y shudras, las cuatro categorías principales del sistema de castas, siguen siendo presencias concretas.
Milei usa la palabra casta y ejecuta el ataque para congraciarse con una audiencia a la que sabe harta de los políticos de amianto que sobreviven a imputaciones, acusaciones de corrupción y cambios de gobierno, y para diferenciarse como la nueva promesa blanca del cuadrilátero nacional. No es el primer político que emplea el calificativo, pero sí es el que más éxito está logrando al hacerlo.
Allá por 2014, cuando en España se fundó la agrupación de izquierda Podemos, el término casta fue uno de los más elegidos por sus líderes para atacar al resto del arco político ibérico.
Con el fracaso de Podemos se dio un fenómeno curioso: el calificativo casta se mudó desde la izquierda hacia el extremo derecho de la política española, y ahora lo usan los dirigentes de Vox, otra agrupación que nació en la segunda década del siglo XXI. Podemos eligió reemplazar el término casta y ahora usa el de “trama”, para incluir a los empresarios, junto a los políticos, en el esquema de poder permanente contra el cual pelea.
Antes el término casta también fue usado en Italia por el movimiento populista Cinco Estrellas, la agrupación creada por el cómico Beppe Grillo, que usó la palabra para atacar la corrupción que adjudicaba al resto del sistema político peninsular.
Todos dicen “casta”
En el discurso político, la palabra casta no se limita a atacar a los políticos profesionales, como hace Milei, sino que también suele incluir a banqueros, empresarios, medios de comunicación, religiosos y cualquier otro ámbito dirigencial visto como integrante del viejo régimen.
El “antipueblo”, enemigo del relato kirchnerista; el “círculo rojo” contra el que despotricaba el macrismo; “las 20 manzanas que rodean a la Casa Rosada” a las que culpó de su caída el presidente Arturo Illia, hollaron el camino para el nuevo enemigo: la “casta” de Javier Milei.
El triunfo de Milei se observa todos los días. Cada vez son más los periodistas y políticos que se vieron obligados a sumar a su vocabulario esta diatriba del economista.
La exgobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, concedió hace pocos días que “la política se ha convertido en una casta con muchos privilegios y la gente nos ve así. Todos sabemos que hay que recortar”.
El presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, está siendo acusado desde los medios oficialistas de integrar una casta, por su pugna por el Consejo de la Magistratura. La jefa del PRO, Patricia Bullrich, en una reciente reunión partidaria exhortó a sus dirigentes a no “caer en los privilegios de la política” porque “con esa actitud le damos de comer a Milei”. Con ironía, Elisa Carrió le respondió a Milei que “ataca a la casta que le permite estar sentado en una banca”.
El especialista en análisis de discurso, el paraguayo Gilberto Giménez Montiel, afirma que lo que distingue a un discurso emergente es que disputa y cambia los significados en el ámbito en el que aparece. Cuestiona los valores existentes, trata de imponer otros nuevos y les gana la iniciativa al resto de los jugadores. Tal cual lo conseguido por Milei, el ogro tántrico, con su exitosa calificación de casta.
