Hay personas que han sabido disfrutar la vida, y después estuvo “el Pety”. Un tipo que de sólo verlo podría haber sido protagonista de alguna película italiana de humor.
Es que tenía la fisonomía de los tanos que salen en esos filmes donde algún norteamericano viaja a tierra italiana para cobrar una herencia impensada y el tipo que te recibe te da muchas manos.
Te ayuda una barbaridad sin conocerte. Te hace unas comidas espectaculares y te hace sentir como su hermano. Te dan ganas de no irte nunca más de su casa.
Bueno, “el Pety” Pelufo era uno de esos tipos, pero había nacido en mi pueblo. Con orígenes italianos, obviamente, de su familia que fueron inmigrantes, quienes vinieron a inventar una nueva vida a estos pagos.
Dos suertes
Yo tuve dos suertes. La primera, que “el Pety” fuera de mi pueblo; la segunda, que fuera papá de uno de mis grandes amigos, “el Cabeza” o “el Joven”, como también lo apodamos, por su incapacidad de envejecer. De cuerpo y alma.
Lo cierto es que por mi amistad desde niños en el club con “el Joven”, tuve la fortuna de compartir mucho con “el Pety”. Primero de niños, y luego ya de adolescentes, todo fue mejorando.
Porque siempre su casa fue un punto neurálgico de reunión, el hogar de los Pelufo-Tiburzi. De esos lugares donde vos sabés que el asado va a estar bueno apenas te enterás de que la juntada es ahí.
La casa del “Pety” y de “la Cristi”, su mujer, tenía esa magia. Y la sigue teniendo hasta el día de hoy. Es un lugar donde todavía la gente quiere charlar. Con una mesa de diván donde te soltás. Lo podrán atestiguar los muchos que han pasado por esas tertulias.
Un tipo mágico
Pero volvamos al “Pety”, un tipo mágico y bonachón. Medio pelado y de bigote. Con una cara a medio sonreír siempre. Se sentaba con nosotros a la mesa, pero no a querer impartir conocimiento o experiencia.
El tipo escuchaba nuestras anécdotas y vivencias mientras se tomaba una de sus “ginecólogas”, como llamaba a la ginebra Llave con coca.
Recién al final de la noche podía aportar algo, para abrir bien los oídos. Escuchar y aprender.
Idolatría
Conmigo forjó una linda relación. Siempre muy respetuosa. Me llamaba por mi oficio. “¿Cómo anda, periodista?”, era siempre el inicio del diálogo.
Y como ambos compartíamos la idolatría por Lio Messi en épocas cuando aquí pocos lo querían por no haber ganado aún nada con la selección, teníamos charlas hermosas mientras mirábamos al Barcelona en una TV enorme, que instaló en su casa sólo para ver a Messi desde su sillón.
“El Pety” era un personaje divino, cultor de la reunión por la reunión misma, la charla no conclusiva y la amistad como norte. Le gustaba la pesca, el tango y sabía manejar como un orfebre los tiempos de la pareja.
Ya jubilado, y más sabio, decidió con “la Cristi” hacer un viaje para conocer Europa, y particularmente Italia, del que no volvería más. Allá, en el Viejo Continente, el corazón dijo basta. Esa vida tan bien vivida entendió que estaba bien el punto final.
Mi amigo “el Cabeza” tiene en su espalda el mejor tatuaje que conozco: “el Pety” y “la Cristi” bailando un tango en las calles de Florencia. Una postal de una foto que algún turista amable les sacó.
Yo quiero creer que “el Pety” se fue de gira con algún grupo musical que lo invitó a recorrer el mundo. Porque esos tipos son como Messi: gambetean hasta la muerte. Son inolvidables. O capaz está actuando en alguna obra, porque también se dio el gusto de ser actor en algunos encuentros teatrales del pueblo, ya de grande. Y la descosió.
Para colmo, tuvo la genial idea de que todos nos quedemos con su mejor imagen. Con los que lo vieron antes de ese viaje. Feliz, enamorado de la vida, pleno.
Mi amigo “el Cabeza” siempre me cuenta que uno de sus sobrinos es igual al “Pety”, a su abuelo. Todos se sorprenden por sus reacciones y comentarios en los domingos familiares: son idénticos a los aportes que tenía “el Pety”.
Tiene el mismo timming para el chiste sólido, entrador. El mismo gusto por el abrazo bien dado y la palabra de aliento cuando te nota tristón.
Los domingos trato de no ir a la casa donde se reúnen los Pelufo-Tiburzi. Porque seguro que ese nieto del “Pety” me va a decir apenas me vea: “Pase, periodista, hay justo un plato más para usted”.