El fenómeno de la comunicación humana, que en nuestro tiempo ha adquirido una relevancia excepcional, se apoya sobre sorprendentes adelantos tecnológicos, pero no es reducible sólo a algo técnico: se trata de un acontecimiento profundamente humano.
Los comunicadores cuentan hoy con poderosos medios que les permiten llegar tanto muy lejos en el espacio como también muy profundo en el corazón de los hombres y las mujeres de nuestros pueblos.
No podemos cosificar el gesto comunicador y asemejar a quien comunica con quien tira papelitos o reparte volantes en la calle. Comunicar es mucho más que distribuir noticias. Comunicar es la acción de poner algo en común; la comunicación humana entraña establecer vínculos entre las personas.
La comunicación social comienza en personas concretas y se dirige a otras personas también concretas. Y, al establecer relaciones entre ellas, va formando el tejido social sobre el que se construye la vida de la comunidad.
No es suficiente decir que la comunicación es humana cuando se establece entre seres humanos. Fácilmente podemos observar que hay un tipo de comunicación que hace al ser humano más plenamente humano y otras formas que van limitando su capacidad de actuar, sentir y pensar con libertad, con alegría, con creatividad. La comunicación es más humana cuanto más ayuda a las personas a ser más plenamente humanas.
Un fenómeno importante
Y, como a la Iglesia Católica nada humano le es ajeno, ella observa la comunicación como un fenómeno de extraordinaria importancia; desde el principio de la aparición de los grandes medios, ha querido hacer oír su voz sobre estos temas y también ha querido escuchar atentamente la voz de quienes, por su experiencia, conocimientos y oficio, conocen el mundo de la comunicación.
Sabemos que en este ámbito de la comunicación social se van gestando transformaciones culturales en las que las sociedades construyen gran parte de su futuro. De ahí que toda la atención que pongamos en la calidad de la comunicación es poca.
No se trata sólo de eficacia, de rating o de cantidad de ejemplares vendidos. Es mucho más lo que está en juego. En este mundo que llamamos “de la comunicación”, se siembra para un futuro venturoso de comunión o para un futuro trágico de desencuentros y rupturas.
Los medios, ¿nos acercan o nos alejan?
Resulta casi un lugar común decir que los medios de comunicación han achicado el mundo, nos han acercado unos a otros. De ahí que sean tan fascinantes y poderosas la acción y la influencia de los medios en la sociedad y en la cultura.
Esta proximidad puede ayudar a crecer o a desorientar. Los medios pueden recrear las cosas, informándonos sobre la realidad para ayudarnos en el discernimiento de nuestras opciones y decisiones, o pueden crear por el contrario simulaciones virtuales, ilusiones, fantasías y ficciones que también nos mueven a opciones de vida.
Me gusta categorizar este poder que tienen los medios con el concepto de “projimidad”. Su fuerza radica en la capacidad de acercarse y de influir en la vida de las personas con un mismo lenguaje globalizado y simultáneo.
La categoría de “projimidad” entraña una tensión bipolar: acercarse-alejarse y –a su vez, en su interioridad– también está tensionada por el modo: acercarse bien y acercarse mal. Hay que considerarla en todas sus posibilidades combinadas.
La palabra “prójimo” evoca en el cristiano el recuerdo de la parábola del buen samaritano que todos conocemos. Hoy los medios nos hacen “prójimos” de verdaderas multitudes que están al costado del camino como el hombre de la parábola, apaleados y robados, ante los cuales pasan los periodistas. Los muestran, les dan mensajes, los hacen hablar.
Entra en juego aquí la “projimidad”, el modo de aproximarse. El modo de hacerlo determinará el respeto por la dignidad humana y la capacidad constructiva o destructiva de los medios.
Cuando las imágenes y las informaciones tienen como único objetivo inducir al consumo o manipular a la gente para aprovecharse de ella, estamos destruyendo la “projimidad”, alejándonos unos de otros.
Esta sensación se tiene muchas veces ante el bombardeo de imágenes seductoras y de noticias desesperanzadoras que nos dejan conmocionados e impotentes para hacer algo positivo. Nos ponen en el lugar de espectadores, no de prójimos. El dolor y la injusticia presentados con una estética desintegradora instalan en la sociedad la desesperanza de poder descubrir la verdad y de poder hacer el bien común.
Cuando la noticia sólo nos hace exclamar “¡qué barbaridad!” y de inmediato dar vuelta la página o cambiar de canal, entonces hemos destruido la “projimidad”, hemos ensanchado aún más el espacio que nos separa.
Mostrar con dignidad
Hay una manera digna de mostrar el dolor que rescata los valores y las reservas espirituales de un pueblo, que ayuda a superar el mal a fuerza de bien y anima a trabajar hermanados en la voluntad de superación, en la solidaridad, en esa “projimidad” que nos engrandece abiertos a la verdad y al bien. Se pueden mostrar la pobreza y el sufrimiento con belleza y con verdad, pues la belleza del amor es alegre sin frivolidad.
Refundar hoy los vínculos sociales y la amistad social implica, para el comunicador, rescatar del rescoldo de la reserva cultural y espiritual de nuestro pueblo la memoria y la belleza de nuestros héroes, de nuestros próceres y de nuestros santos.
Esta reserva es el espacio de la cultura, de las artes, espacio fecundo donde la comunidad contempla y narra su historia de familia, donde se reafirma el sentido de pertenencia a partir de los valores encarnados y acuñados en la memoria colectiva.
Estos espacios comunitarios de ocio fecundo, cuasisagrado, son ocupados hoy muchas veces con entretenimientos que no siempre engendran verdadera alegría y gozo.
La comunicación meramente puntual, carente de historia, no tiene sentido del tiempo y, consiguientemente, no es creadora de esperanza.
- Extracto de una disertación en la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa) el 6 de abril 2006, cuando Bergoglio aún era arzobispo de Buenos Aires