La escena es harto conocida. Se halla en el capítulo 14 del Éxodo, el segundo libro de la Torá, del Pentateuco. El pueblo de Israel, después de siglos de esclavitud en Egipto –el imperio más poderoso del momento–, se encamina hacia su libertad. El viaje de vuelta hacia la tierra prometida a los patriarcas había arrancado hacía menos de una semana.
Un pueblo entero atravesaba el desierto a paso lento pero decidido, bajo el rigor y la esperanza de un sueño imposible.
Las 10 plagas lograron que el faraón finalmente terminara con su tozudez suicida, y permitiera (o incluso fomentara) la salida en masa del naciente pueblo hebreo.
Escasos 3.300 años nos separan de aquella historia, y cada vez que la volvemos a repasar nos abruma una sensación de angustia al llegar al instante en el que el faraón se arrepiente de lo hecho y se dispone con su enorme ejército a terminar de una vez por todas con los israelitas, asentados en efímeras tiendas a orillas de un mar intransitable.
Los versículos que este próximo Shabat leeremos en todas las sinagogas del globo lo dejan más que claro: “Cuando los israelitas se fijaron y vieron a los egipcios pisándoles los talones, sintieron mucho miedo y clamaron al Señor. Entonces le reclamaron a Moisés: ‘¿Acaso no había sepulcros en Egipto que nos sacaste de allá para morir en el desierto?… ¡Mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir aquí!’”.
El argumento era casi perfecto, y el miedo, casi nada zonzo.
Moisés responde que no teman, que Dios luchará por ellos. Sin embargo, lo mejor está por venir. El Creador mismo, sintiéndose aludido, interviene con una sentencia inequívoca contestándole: “¿Por qué clamas a mí? ¡Ordena a los israelitas que se pongan en marcha! Y tú, levanta tu vara, extiende tu brazo sobre el mar y divide las aguas, para que los israelitas lo crucen sobre terreno seco.”
El orden de los factores cambia todo el producto. La orden divina no empieza en Moisés abriendo las aguas. Empieza con el pueblo moviéndose hacia lo más incierto. Es una señal clarísima de que los cambios en serio empiezan desde aquí abajo, cada vez que nos animamos a dar ese tan esquivo primer paso, aun sin ninguna garantía.
¡Vaya si vale la pena el intento!
* Rabino, integrante del Comité Interreligioso por la Paz
