Si le preguntaran a un economista cualquiera de los tantos que se han formado en las ideas del libre mercado, lo que dijo Donald Trump en la reunión abierta a la prensa con el Gobierno argentino podría resumirse con la conocida frase: “No existe tal cosa como un almuerzo gratis”.
Milton Friedman, economista emblemático de la Escuela de Chicago, solía citar esa frase para recordar que los subsidios que los gobernantes suelen repartir ufanos no son sino el esfuerzo de los ciudadanos que pagan impuestos.
Trump irrumpió en la campaña electoral argentina con ese mensaje que tiene destinatarios nítidos. Al electorado argentino y el conjunto de su elite dirigencial les aclaró que Estados Unidos no piensa financiar otro experimento estatista si eso se impone en las urnas del próximo domingo.
Al mismo tiempo, le señaló sin vueltas al presidente Milei que tiene que renovar ahora su legitimidad política para que el programa económico siga asistido por la principal potencia económica occidental. Con el apoyo explícito de la administración Trump, Milei fue conminado a conseguir votos y aliados.
Fue tan potente la novedad que, a una semana de las elecciones, los diferentes bloques políticos intentan procesarla sin terminar de abarcar todavía el vasto abanico de consecuencias.
El Gobierno de Milei fue el primero en demostrar la magnitud del impacto. Al principio se extravió en una discusión inocua sobre las palabras de Trump: si la elección condicionada era la inminente o la próxima presidencial. Una discusión improductiva. Nadie duda: Trump hablaba del domingo rojo.
Después, los funcionarios de Milei intentaron atenuar el dramatismo de la advertencia sobre el apoyo norteamericano. Una voltereta curiosa: Milei y su equipo fueron a Washington a pedir respaldo por los efectos desestabilizantes del “riesgo kuka” y cuando Trump les ofreció ese apoyo con todas las letras, se asustaron con la parte que les toca de las consecuencias: ganar la elección y construir alianzas.
Como viene ocurriendo desde hace un mes, fue Scott Bessent, el secretario del Tesoro el que salió otra vez a jugar fuerte para asistir la fragilidad política de la gestión Milei.
La primera lectura de los mercados tras la reunión en Washington y el desconcierto posterior de la Casa Rosada fue negativa. Pero Bessent apareció para demostrar que Trump también entiende de efectividades conducentes.
Con una nueva intervención en el mercado cambiario, dio una señal clara: Milei llegará a las elecciones con una inflación mensual del 2,1% y el dólar contenido entre las bandas cambiarias. El resto es riesgo político de distinto calibre : Milei y los adversarios de Milei.
En términos electorales, esto se traduce como un vuelco de máxima intensidad hacia la polarización política. La elección será entre dos bloques: el de respaldo a Milei y el que unificó desde distintas vertientes la consigna de frenarlo.
De un lado: la reafirmación de la inflación en baja conseguida por Milei a un ritmo superior al previsto; del otro: el señalamiento del gravoso ajuste aplicado para lograrlo. Números contra sensaciones. Inflación estadística contra el cualitativo “llegar a fin de mes”. Relevamiento de precios o encuesta de satisfacción.
De tercios a polos
Hasta la elección bonaerense del 7 de septiembre, la política se dividía en tres grandes tercios teóricos: el de Javier Milei, el del kirchnerismo ortodoxo, y el de disidentes en tercería de diferente estilo y color. Estos dos últimos coincidieron en lo fundamental: el diagnóstico del fracaso definitivo del programa económico.
Desde la primera aparición de Bessent, el 22 de septiembre, y en especial con la irrupción de Trump el martes pasado, el bloque de Milei obtuvo un argumento de peso: aunque el programa económico atraviese en emergencia, nadie rescata un plan al que desprecia por inútil.
Ese cambio de escenario también intenta ser procesado por la oposición. Con el impulso de septiembre, el kirchnerismo consiguió impugnar una pieza fundamental del oficialismo con el caso Espert.
La irrupción de Trump fue metabolizada de inmediato por Cristina Kirchner, que mandó a alinearse contra Estados Unidos y reflotar los discursos de soberanías diversas.
A esa reacción le falta todavía una respuesta clave: ¿qué será del país si ganan los candidatos de Fuerza Patria y Trump cumple con su advertencia de salida?
Al bloque intermedio que se organizó en Provincias Unidas, el factor Trump le introdujo una doble complicación.
Por un lado, lo favoreció como sector implícitamente señalado para la gestión política de un nuevo régimen de gobernabilidad, después de la elección. Pero en el discurso económico lo dejó casi sin grises al lado del kirchnerismo ortodoxo.
La narrativa de Axel Kicillof y los discursos de los gobernadores de Provincias Unidas empiezan enfatizando las mismas palabras: fracaso económico. Luego sobreviene una selección de adjetivos más o menos catastróficos. Cuando llega el momento de los matices, el elector ya hizo scroll. Tampoco hay en ese sector electoral una respuesta clara sobre el riesgo Trump para el lunes 27.
Queda por último considerar la más relevante de las consecuencias de la novedad de primer orden gestada con la aparición electoral de Trump: es una interpelación terminal que implica a toda la sociedad argentina, más allá de sus representantes políticos.
El pedido de un rescate económico, sin reserva alguna contra ningún condicionamiento, es un certificado de fragilidad que atañe al conjunto. La debilidad no se describe mejor por sus efectos, que por la lenta construcción de sus causas.