Argentina muestra señales de orden, pero aún sin bases sólidas que garanticen su permanencia. Ese orden, además, se apoya en una estructura monetaria y cambiaria débil, con mecanismos que, en muchos casos, operan más como paliativos que como soluciones de fondo.
Aunque algunos indicadores, como la inflación y la pobreza, muestran importantes mejoras, el equilibrio todavía es frágil y, en ocasiones, demasiado costoso.
El Gobierno nacional ha avanzado mucho en la corrección de precios relativos que estaban distorsionados, aunque persisten desequilibrios.
Mientras que algunos precios —como tarifas, transporte, sueldos, jubilaciones— siguen intervenidos o rezagados, otros se han liberalizado muy rápido, lo que genera nuevos desajustes.
Esta falta de sincronización impide consolidar un sendero estable de inflación.
La emisión monetaria actual o potencial –aunque no financie déficit fiscal primario– derivada de operaciones de contratos de futuros, distribución de utilidades del Banco Central al Tesoro y capitalización creciente de intereses de la deuda, no afecta de modo directo las reservas, pero puede generar tensiones futuras y mayor demanda de divisas.
Demanda de dinero
La discusión sobre si sobran o faltan pesos o dólares suele centrarse entre el Gobierno –que sostiene que hay dólares suficientes para cubrir la base monetaria– y los analistas –que señalan reservas netas negativas–, cuando el verdadero eje es la confianza. Sin ella, siempre faltarán dólares y sobrarán pesos, más allá de los fundamentos que destaca el equipo económico.
Descartada la dolarización en cualquiera de sus formas, la clave pasa, entonces, por la demanda de pesos; es decir, la aceptación de la moneda como reserva de valor.
Esto no depende sólo de la solidez técnica de un plan económico, sino también de su sostenibilidad política. Y esta no se define en un juego a suerte y verdad en una elección de medio término, sino en la construcción de reglas claras, aceptadas por una mayoría política con vocación de alternancia.
La falta de confianza también limita el impacto de medidas que, en teoría, deberían haber aliviado de forma más sostenible la tensión cambiaria. Pese al superávit fiscal sostenido y al ingreso récord de divisas por la baja de retenciones al agro, el Banco Central no logró acumular reservas.
El financiamiento externo sigue limitado por un riesgo país elevado, mientras crece la formación de activos externos, en contraste con el plan oficial de movilizar los dólares del colchón.
Sumado a la baja inversión extranjera directa y a la frustrada colocación de bonos por U$S 1.000 millones mensuales, la estabilidad cambiaria depende de instrumentos de corto plazo como el carry trade, sostenido por altas tasas y por la credibilidad del techo de la banda cambiaria.
Sin embargo, esta herramienta, aunque útil en el corto plazo, es difícilmente compatible con un crecimiento sostenido. Las altas tasas reales –en pesos y dólares– encarecen el crédito, elevan la morosidad, frenan la inversión y vuelven insostenible la deuda del Tesoro.
El FMI ha señalado la necesidad de un régimen monetario y cambiario más claro. Advirtió que herramientas como los contratos de dólar futuro brindan una cobertura limitada y alertó sobre el riesgo de usar instrumentos transitorios como base del esquema.
Para cumplir con el FMI, mantener la calma cambiaria, afrontar los compromisos de deuda y no afectar el nivel de actividad, Argentina necesita atraer capitales en el segundo semestre. Pero también debe dejar atrás el carácter transitorio de su política económica.
La estabilidad no puede depender indefinidamente de medidas extraordinarias o de ingeniería financiera: se requiere avanzar hacia fuentes de ingresos sustentables y mecanismos institucionales que la consoliden.
Adam Smith y el capital productivo
Es innegable que muchos de los problemas actuales son heredados y lleva tiempo solucionarlos. Pero es responsabilidad del Gobierno restaurar la confianza si quiere resolverlos con éxito.
El orden macroeconómico es necesario, pero no suficiente. La credibilidad del relato y la consistencia de las acciones son también fundamentales.
No resulta sencillo levantar la bandera del libre mercado y, al mismo tiempo, intervenir de modo directo o indirecto para controlar movimientos económicos no deseados.
Tampoco es consistente promover la autorregulación del mercado y luego culpar a actores particulares por su comportamiento. Estas contradicciones reducen la efectividad y debilitan el marco institucional.
En su libro Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, Adam Smith señala que en una economía próspera, la mayor parte del capital encuentra usos eficientes en diversas ramas productivas, los beneficios tienden a ser bajos, las tasas de interés son mínimas, los salarios aumentan y la riqueza así se distribuye de manera más equitativa.
Los objetivos del padre del liberalismo económico parecen chocar con las declaraciones del ministro de Economía y del presidente del Banco Central, que pusieron como ejemplo el programa de estabilización de Perú, destacando que “el país mantiene una macroeconomía ordenada” a pesar de que enfrenta graves problemas políticos e institucionales y un “70% de informalidad laboral”.
Aunque es claro que transformar una Argentina en decadencia y con un Estado quebrado no es fácil ni rápido, lo que genera dudas es el rumbo, que a veces no parece alinearse con ese ideal liberal que se pregona.
Avanzar requiere más que ideología o fundamentos: demanda consistencia, previsibilidad estructural y confianza. Y, en términos de Adam Smith, depende de que el capital del país fluya hacia la producción y no hacia la especulación.
Licenciada en Administración