Estamos frente a una nueva evidencia que desafía años de reduccionismo economicista: el consumo de arte y de cultura mejora nuestra salud física y mental. Así lo demuestra un estudio estadístico realizado por Frontier Economics para el Ministerio de Cultura, Comunicación y Deporte del Reino Unido, junto con el Grupo de Investigación en Bioconducta Social, con la participación de la Universidad de Florida, Estados Unidos, y el Gobierno de Canadá.
Una síntesis publicada por The Guardian plantea algo que el establishment negó muchas veces: las experiencias culturales son tan vitales como la actividad física en el bienestar de las personas. Investigaciones recientes incluidas en el estudio revelan que participar regularmente en actividades culturales reduce en un 32% el riesgo de desarrollar depresión y disminuye en hasta un 21% los niveles de ansiedad crónica.
Este proyecto corrobora empíricamente que bailar mejora la movilidad en pacientes con párkinson (y seguramente la de todos nosotros también), los libros alivian la ansiedad, la música reduce el dolor crónico en aproximadamente un 25%, e inclusive, en beneficio del sistema museístico de ciudades como la nuestra, las visitas a museos y a galerías demuestran beneficios tangibles para la salud mental, con estudios que muestran una reducción del 14% en los niveles de cortisol (hormona del estrés) después de sólo 35 minutos de visita a un museo.
Lo que durante años se consideró “frivolidades presupuestarias” ahora emerge como inversión estratégica en calidad de vida y salud pública. Nada de ornamental o lujoso; cuando abordamos este tema nos referimos a una necesidad de la sociedad. Desde un aumento en la productividad (hasta un 17% en empresas con experiencias creativas insertas) hasta la reducción de trastornos psíquicos (según referencia de Health Evidence Network synthesis report 67/evidencia del papel de las artes en la mejora de la salud y el bienestar, de la Organización Mundial de Salud), se han estudiado efectos tangibles, como reducción del deterioro cognitivo de adultez o sencillamente reducir el dolor y el estrés.
Con 13 grupos diferentes de personas, desde jóvenes hasta ancianos, los resultados muestran, por ejemplo, a mayores de 65 años que asistieron a clases de dibujo durante tres meses en su museo local y generaron un ahorro de 1.310 libras esterlinas para cada uno por visitar menos a su médico de cabecera. Este esquema representó una reducción del 37% en visitas médicas anuales para este grupo demográfico.
En el otro extremo, 3.333 jóvenes de entre 18 y 28 años participaron de actividades musicales o teatrales y se sintieron más felices, con un incremento del 42% en indicadores de bienestar. Estos jóvenes reportaron un 29% menos de conductas de riesgo y un 33% más de participación en actividades comunitarias constructivas.
Enfoque imperativo
Aquí es donde el enfoque de triple impacto (económico, social y ambiental) se vuelve imperativo, porque además de alegrarnos la vida, el sector cultural genera aproximadamente más de 30 millones de empleos a nivel global y representa el 3,1% del producto interno bruto (PIB) mundial, según datos de Unesco, con una huella de carbono significativamente menor que industrias tradicionales.
Los gestores culturales enfrentan ahora un desafío mayúsculo: diseñar experiencias artísticas económicamente sostenibles, socialmente inclusivas y ecológicamente responsables.
Mediante una amplia gama de diseños de investigación, con estudios piloto no controlados, encuestas transversales y longitudinales se pudo demostrar –también– que “entre los adolescentes que viven en zonas urbanas, el teatro puede apoyar la toma de decisiones responsable y reducir la exposición a la violencia” en un promedio de 27%, o bien que “la lectura compartida mejora las relaciones entre padres e hijos y el funcionamiento psicosocial de los niños” con incrementos de hasta un 45% en habilidades y empatía.
Antes lo sentíamos; ahora lo sabemos con certeza: el poder de la creatividad ayuda a las personas y mejora la sociedad. Los datos hablan por sí solos: ciudades con mayor inversión per capita en infraestructura cultural (bibliotecas, teatros, museos) muestran índices de criminalidad hasta un 18% menores y tasas de participación ciudadana 23% más altas que aquellas con inversiones mínimas.
Es tiempo de reconocer que el arte y la cultura no son un lujo prescindible, sino una inversión esencial en nuestro bienestar colectivo.
* Gestor cultural