El desplazamiento de navíos de guerra de los Estados Unido al mar Caribe, en cercanías de las costas venezolanas, llena de inquietud a la región.
Bajo el pretexto de combatir el creciente tráfico de estupefacientes que cartelizan grupos ligados a la gestión del presidente venezolano, Nicolás Maduro, esa amenaza militar viene a sumar un punto de fricción que se agrega a los ya numerosos generados por la errática e imprevisible presidencia de Donald Trump.
Se trate de un nuevo gesto de presión a los que el primer mandatario estadounidense ya nos tiene acostumbrado o de una embestida con ánimo de acabar con el régimen chavista, las consecuencias implicarían nuevos riesgos para una zona del mapa ya de por sí violenta y difícil de controlar.
En ese sentido, hay que señalar tanto la compleja geografía tropical como las tensiones provocadas por las guerrillas, las bandas de narcotraficantes, el contrabando y la migración. Hacia el sudoeste de Venezuela, Colombia padece un estado de guerra interna desde hace 60 años, con diferentes niveles de intensidad. En el sudeste, se extiende una frontera caliente con Brasil. En el este, se alienta una disputa territorial por la región de Esequibo,
Puede que se trate de un despliegue preventivo que busca tanto intimidar a Maduro a efectos de precipitar su salida; lo que se ve improbable, si se piensa que al dictador caraqueño no le queda sino resistir. Asimismo, puede interpretarse como una advertencia a Rusia y a China, socios de Maduro, a efectos de redefinir áreas de influencia y ratificar que el denominado “patio trasero” no admite nuevos vecinos.
Ello sería visto como una respuesta comprensible ante la coherencia estalinista de Vladimir Putin, que ha venido aprovechando las debilidades de la Casa Blanca en el marco de una disputa en la que está en juego un nuevo y por el momento poco claro orden mundial.
Como sea, no hay demasiadas semejanzas en este caso con la operación ordenada por George Bush en 1989 a efectos de capturar a Alfredo Noriega: la invasión de Panamá podría parecer apenas un juego de guerra, mientras que lo de Venezuela sería un nuevo Irak, en caso de intentarse.
Por el momento, puede aventurarse que se está provocando a Maduro para que cometa el error de envalentonarse y produzca un paso en falso aprovechable; un casus belli, en suma.
Los arrebatos del actual ocupante de la Casa Blanca ya han puesto a prueba a las diplomacias de México y de Canadá. Ahora se apunta al corazón mismo de organismos como las Naciones Unidas, y particularmente a la Organización de Estados Americanos (OEA).
En lo que respecta a la OEA, su rol en la cuestión venezolana ha pasado a ser meramente discursivo, por lo que una crisis caribeña no haría sino corroborar que carece de herramientas para afrontar este tipo de desafíos.
Sea como fuere, el mundo ha alumbrado en esta década la era de la prepotencia, lo que remite a un pasado que se creía superado.