La noticia de que la causa Surrbac está a punto de llegar a juicio viene confirmar que, pese a la mala imagen que tiene la Justicia ante la opinión pública, es posible contemplar el final de algunos procesos judiciales importantes para la sociedad.
El escepticismo de los argentinos respecto del sistema de Justicia se basa en las históricas demoras y en los enmarañados recursos, en procesos que más de una vez conducen a la prescripción de causas que se arrastran por los despachos sin orden ni concierto.
No obstante –hay que admitirlo– de vez en cuando el sistema judicial argentino entrega una buena noticia y genera justas expectativas de que puede funcionar como se supone que debe hacerlo, más allá de las circunstancias políticas y de los intereses en juego.
Lo cierto es que por fin la causa Surrbac llegará a juicio, salvo que el ingenio siempre creativo de los abogados disponga lo contrario.
Se trata de una instancia significativa, ya que el clan formado por Mauricio Saillén y Pascual Catrambone debe responder por los graves cargos que afrontan desde hace años y que incluyen acusaciones por asociación ilícita, defraudación y lavado de dinero.
Saillén y Cantrambone montaron una especie de pequeño imperio desde la estructura del gremio de recolectores de residuos de Córdoba.
La Justicia debe determinar si las acusaciones que pesan sobre ellos terminan en condenas, pero hay más de un indicio para suponer que ese crecimiento requirió de la colaboración de autoridades políticas y judiciales que miraron para otro lado mientras la dupla de sindicalistas y sus allegados consolidaban su influencia.
Como los detalles de la causa ya casi se olvidaron –porque en Argentina los escándalos se renuevan con demasiada frecuencia–, hay que recordar que esta sociedad acumuló un poder enorme que aún se mantiene vigente.
El uso del gremio y de su mutual en beneficio propio se correspondió en esos años con la capacidad de condicionar al poder político.
La buena noticia del enjuiciamiento, sin embargo, deja amplios resquicios para que emerjan las preguntas sobre las demoras acumuladas en esta causa, demoras que permitieron enturbiar las aguas del proceso así como facilitar el control de daños, una consecuencia siempre inevitable cuando la celeridad no es la norma.
A la vez, el debido proceso no permitirá clarificar, por el momento, la parte sumergida del iceberg. Esto es, el interrogante acerca de cómo fue posible que un gremio pequeño alcanzara tamaña relevancia, al punto de que Catrambone fue director obrero de la desaparecida empresa Crese y luego se creó un ente de servicios en cuya gestión el Surrbac tiene una participación determinante.
Por el momento deberemos aceptar que esta imperfecta Justicia es la única que tenemos y celebrar que, así y todo, pueda avanzarse en la búsqueda de la verdad.