Durante varios días de la semana pasada, Córdoba se vio invadida por un olor penetrante y desagradable, descripto por mucha gente como similar al coliflor hervido. La emanación, persistente y perceptible incluso en zonas alejadas del lugar donde se generaba, tuvo su origen en un basural a cielo abierto ubicado en la zona norte de la ciudad, cercano al aeropuerto.
Allí, una quema ilegal de residuos liberó compuestos que se dispersaron rápidamente con el viento y afectó a vastos sectores urbanos.
Los estudios preliminares, realizados por técnicos de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), aportaron cierta tranquilidad: las muestras de aire y suelo no superaron los límites máximos permitidos por la ley 24.051, de Residuos Peligrosos.
En el aire, la “caracterización de olores” detectó la presencia de disulfuro y trisulfuro de dimetilo, compuestos azufrados de fuerte actividad odorífera pero de baja peligrosidad para la salud.
En el suelo, las muestras analizadas no arrojaron contaminantes en niveles peligrosos, aunque los especialistas advierten que será necesario continuar el monitoreo y, eventualmente, realizar trabajos de remediación.
No obstante, el origen preciso del olor sigue siendo materia de investigación. Según Eduardo Sarría, director de Impacto Ambiental de la Municipalidad, es probable que la reacción se haya generado a partir de una mezcla de materiales –plásticos, agroquímicos, estiércol, residuos industriales– en contacto con el fuego, ubicada en una capa del basural que no era superficial.
Esta combinación podría explicar la emanación constante de un humo denso y cargado de compuestos sulfurosos.
Ante la magnitud del episodio, el fiscal de instrucción Raúl Garzón ordenó cerrar el perímetro del predio, controlar las emisiones y realizar nuevos peritajes de mayor profundidad.
En paralelo, la Municipalidad presentó una denuncia penal contra los responsables del basural, que carece de cualquier autorización para el depósito o tratamiento de residuos.
Esta acción se suma a otras denuncias previas contra megabasurales en la ciudad, como el de la calle Roque Arias, en la zona sudoeste del ejido urbano.
Pero este caso concreto expone un problema estructural: Córdoba convive con alrededor de 98 megabasurales consolidados y con una infinidad de microbasurales que se multiplican en baldíos, en márgenes de avenidas y en predios abandonados.
En cada uno de ellos se acumulan desechos orgánicos, materiales inflamables y residuos industriales, lo que forma un cóctel que puede liberar gases tóxicos o provocar incendios en cualquier momento.
El episodio del olor a “coliflor hervido” fue un llamado de atención. Si bien las sustancias detectadas no representaron un riesgo grave inmediato, la misma combinación de factores podría, en el futuro, liberar gases más peligrosos, comprometer la salud pública y obligar a evacuaciones masivas.
La respuesta estatal –allanamientos, multas y operativos de limpieza– es necesaria, pero insuficiente si no es acompañada de una política sostenida de erradicación de basurales, de control estricto de la disposición de residuos y de sanciones efectivas a los responsables.
Córdoba debe entender que la gestión de sus residuos es un tema urgente y que, la próxima vez, el olor podría ser sólo el primer signo de una emergencia mayor.