El maltrato infantil es uno de los abusos más crueles atribuibles a una persona que descarga sus fracasos y sus tensiones sobre la humanidad de un menor indefenso y sometido de manera inhumana.
Es cierto que no siempre esa conducta abyecta se manifiesta a los golpes. Hay maltrato físico y psicológico, como también se ha constatado el abandono artero en el núcleo intrafamiliar de la asistencia más elemental a niños y niñas. Sin soslayar, claro está, que cada vez cobra mayor difusión pública la explotación laboral infantil.
El incalificable homicidio del menor de 5 años Lucio Dupuy, perpetrado el 26 de noviembre pasado en la ciudad de Santa Rosa, La Pampa, colmó de estupor y de impotencia a la sociedad.
Las primeras averiguaciones en sede judicial y los análisis de la biopsia dieron como resultado que el niño había muerto a causa de las golpizas que presuntamente recibió de parte de su madre y de la novia de esta. Incluso se determinó que el menor había sido víctima de abusos sexuales. La progenitora y su pareja, de 24 y de 27 años, respectivamente, están presas bajo graves cargos.
Con el impacto aún encendido por ese crimen salvaje, los cordobeses nos anoticiamos de que otro menor, de 8 años y con un cuadro de autismo, sobrevivía en estado de abandono en una casa de barrio Patricios, en la ciudad de Córdoba. Otra vez, una madre acusada y detenida en medio de la indignación colectiva.
Es sólo la crónica de dos hechos recientes, pero el maltrato infantil es de vieja data y tiene indicadores nefastos. Como informamos días atrás, en lo que va de 2021 suman 100 los casos de maltrato infantil registrados por la Unidad Interdisciplinaria de Atención a la Violencia Infantil del Hospital de Niños de la ciudad de Córdoba.
Con acertado diagnóstico, los especialistas alegan que el encierro por la cuarentena debida a la pandemia (sobre todo en 2020), y con los chicos en situación de encierro, crispó los ánimos en la convivencia hogareña.
Ahora bien: nada justifica que ese cuadro de limitaciones extendidas dé vía libre a un padre o a una madre para descargar tensiones zamarreando a un menor hasta propinarle golpes cuya gravedad amerita su atención en una clínica o en un hospital.
Cabe a los organismos oficiales realizar un seguimiento minucioso de los casos bajo sospecha. Y a la Justicia, descargar todo el peso de la ley sobre los mayores que ejercen la violencia infantil.
Hay abundantes llamados de vecinos que alertan sobre estos tipos de abusos hogareños, por lo que nadie puede hacerse el distraído y actuar ante los hechos ya consumados, como es habitual en materia de tragedias por violencia de género.
Los abusos y las desatenciones que sufren niños, niñas y adolescentes en todo el mundo siguen engrosando las historias de horror. El Estado y la sociedad deben poner un freno a esta barbarie.
