Finalmente, sucedió: al cabo de un año y medio de gestión, el Gobierno nacional puede exhibir el número mensual más bajo de inflación en años, un 1,5% que quizá sería motivo de preocupación en cualquier otro país, pero que en el nuestro luce como una hazaña.
Esto es todo un logro, ¿qué duda cabe? Pero como París bien vale una misa, es oportuno repasar la mecánica de este logro y a quiénes beneficia. Y a costa de quiénes también se logró.
Sabemos por nuestro largo historial en la materia, dado que convivimos con la inflación desde hace no menos de 80 años, que esta ha socavado no sólo la economía del país, sino que también ha tenido un impacto político indisimulable, ya que erosionó las instituciones y participa en el presente descrédito de la democracia, que en su imperfección no ha podido domeñar a ese monstruo.
Un monstruo que consume la capacidad de ahorro y progreso, condiciona la producción y el trabajo y, sobre todo, elimina toda posibilidad de futuro. Con inflación, contrariamente a lo que muchos dirigentes han venido proclamando por años, es imposible un crecimiento sólido y sostenido. Claro que cuando dos elefantes se pelean, la que sufre es la hierba, según reza el proverbio africano.
El hecho es que el formidable ajuste de los últimos tiempos ha complicado a la clase media, convirtió a los jubilados en nuevos pobres y hace sentir su rigor en los sectores de ingresos fijos, sin olvidar la restricción de recursos en áreas sensibles como salud, ciencia y educación. No se trata, claramente, de costos menores.
Atentos al riesgo de que lo instrumental se convierta en un fin, deberíamos preguntarnos por el objetivo perseguido, que no puede ser simplemente la baja de la inflación o la extinción del crónico déficit, dado que ambos objetivos, por sí mismos, nada significan si no forman parte de un programa. Táctica y estrategia, esa es la cuestión.
Y debe convenirse que resulta muy difícil explicarles a un jubilado o a un desocupado cómo mejorará su vida con el registro de inflación del mes pasado.
Lo que se echa en falta es una hoja de ruta que les diga a quienes están soportando el rigor de un ajuste sin precedentes –también inevitable de asumir, si queremos reencauzar al país en el camino de las naciones que progresan– cuál es el puerto de llegada. Es decir, definir un programa productivo que vea más allá de la coyuntura y que convenza a quienes están hoy agobiados.
En otras palabras, ningún esquema económico puede prescindir de lo que le ocurre a la gente.