Una investigación de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) detectó que la pandemia incrementó las tareas domésticas, que recayeron más en las mujeres que en los varones.
El trabajo abarcó siete provincias –Córdoba, Santa Fe, Catamarca, Tucumán, Jujuy, Salta y Chubut–, gracias a un equipo interprovincial conformado por profesionales del sector académico y público de esas jurisdicciones.
El objetivo fue analizar cuestiones vinculadas con el trabajo, el bienestar y la igualdad de género en el marco impuesto por la pandemia del coronavirus, que, más allá de los períodos de confinamiento, provocó en numerosos casos que la vivienda tuviera que funcionar en simultáneo como lugar de trabajo.
Una pregunta podría aproximarnos al punto de partida de la indagación: ¿cómo gestionó una pareja la superposición en un mismo espacio de las tareas domésticas y las demandas laborales? En el caso de tener hijos u otras personas a cargo, ese interrogante se expande: ¿cómo enfrentaron el cuidado de terceras personas más las tareas domésticas desde el momento en que la vivienda pasó a ser también el espacio donde debían trabajar?
En términos generales, el desbalance de género se puede percibir en el siguiente cruce de datos: frente a la implementación del teletrabajo, las mujeres sintieron más emociones positivas que los varones; pero de todas maneras, las mujeres informaron un mayor consumo de alcohol y de pastillas para dormir que los varones, los cuales dedicaron mayor tiempo al ocio que ellas.
Traducido, el bienestar inicial de las mujeres degeneró en un cuadro de estrés difícil de sobrellevar. En ese contexto, no cuesta mucho imaginar que un importante nivel de colaboración del conviviente hubiese obrado como aliciente. Por el contrario, registrar su desigual participación en tareas que debieran haber sido una responsabilidad compartida, más la constatación de que el tiempo que el varón no destinaba a esas tareas lo dedicaba al esparcimiento individual, originaron tensión y displacer.
En términos particulares, llaman la atención ciertas respuestas que aparecen condicionadas por la edad de los sujetos. El agotamiento se destaca entre los 20 y los 39 años. En la primera mitad de los 30, sobresalen la angustia y la desorganización, mientras que en la segunda mitad de la treintena es donde se registran picos de ansiedad.
Si el foco se pone en las tareas domésticas, todos los varones declaran que se hicieron cargo de algunas, pero las mujeres les dedicaron en promedio más horas. Lo sorprendente es que los varones más jóvenes (entre 30 y 35 años) les dedicaron menos horas a las cuestiones domésticas que los de mayor edad.
En cualquier caso, los varones señalan que en sus parejas, las tareas se distribuyen equitativamente en un mayor porcentaje que las mujeres, es decir que sobredimensionan su participación o, a la inversa, no perciben todo lo que hace la mujer que tienen al lado.
En conclusión, la cultura de la igualdad genérica aún no impacta en nuestra vida cotidiana en el nivel requerido.
