Las llamas que se activaron días atrás en localidades serranas de la provincia de Córdoba encendieron la primera luz de alerta de cara a la temporada crítica de incendios forestales.
El arranque de agosto, conocido como el mes de los vientos, nos puso frente al desafío de tomar las medidas preventivas antes de que nos ganen las imágenes de devastación de miles de hectáreas de reservas naturales.
La inmediata intervención de varios cuarteles de bomberos logró sofocar las llamas que se habían propagado en parajes del departamento Santa María. Una acción alentadora, en el sentido de que no hubo dilaciones ante la emergencia, sobre todo en zonas de viviendas.
No es casual que los primeros incendios hayan llegado puntualmente con el inicio del segundo semestre del año. Es decir, se repite una historia de décadas, con casas habitadas o de veraneo con pérdidas totales. Sin omitir, claro está, el desastre causado a la biodiversidad.
Son miles de hectáreas de campos y de bosques abatidos cada año por el fuego, en la mayoría de los casos por la impericia humana, cuando no por condenable intencionalidad.
El Plan Provincial de Manejo del Fuego en Córdoba ya se puso en marcha en modo de campaña de concientización y de prevención, con cartelería visible en la vía pública y mediante reportes en las diversas plataformas de los medios de comunicación. Incluso, con una línea 0800 para denunciar focos activos o eventuales maniobras ilícitas, como la quema de pastizales sin la prudencia necesaria.
Se ha insistido en que el cambio climático ha incrementado la frecuencia y la intensidad de los incendios forestales en el mundo. Pararse frente a semejante pronóstico no parece sencillo, aunque hay herramientas físicas y culturales para atenuar al menos los efectos.
En ese contexto, el negacionismo del cambio climático y del calentamiento global podría convertirse en un obstáculo para afrontar de manera eficaz los daños al medioambiente que la misma humanidad provoca.
La negación ideológica de esos fenómenos –científicamente probados–, proclamada por grupos intensos cercanos al Gobierno nacional, podría tener como efecto colateral una reducción de aportes económicos del Estado a la batalla contra el fuego y al sostenimiento de los cuarteles de bomberos.
Para no bajar los brazos, es importante recordar que durante la “temporada” 2024 se quemaron en la provincia de Córdoba algo más de 103 mil hectáreas de terrenos forestales. Se sabe que, por estos meses, los fuertes vientos y la sequía que se registra en muchas regiones de la provincia operan como combustible que encenderá ante la primera chispa.
Aun con las prevenciones materializadas en campañas de concientización y en tareas precautorias, hay que insistir en que los primeros días de agosto fueron una muestra de que estos siniestros son impredecibles.
Los episodios de incendios se han instalado como un acontecimiento habitual en Córdoba. La parte que le toca al Estado y la buena conducta colectiva evitarán mayores estragos.