El debate sobre el huso horario en Argentina vuelve a ocupar un lugar en la agenda política y social a partir de la media sanción en Diputados de un proyecto para atrasar los relojes una hora.
En la actualidad, la hora oficial de nuestro país para todo el territorio y durante todo el año está fijada en UTC-3 (tiempo universal coordinado; en inglés, coordinated universal time). Eso quiere decir que el huso horario oficial está tres horas por detrás del UTC. Por ejemplo, en el invierno europeo, si en Londres (cerca del meridiano de Greenwich) son las 15, en Argentina son las 12. Como en el Hemisferio Norte es ahora verano, Londres tiene cuatro horas más que Argentina porque adoptan el huso GMT+1.
En nuestro país, en cambio, no hay ya variaciones estacionales, lo que nos coloca en un “horario de verano perpetuo”: vivimos adelantados respecto de nuestra hora solar real. Mientras el reloj marca las 12 del mediodía, el Sol todavía no alcanzó su punto más alto en gran parte del país.
¿Por qué se utiliza este huso horario? La explicación es histórica y cultural. Desde 1942, Argentina corrió hacia el este su hora oficial, para aprovechar la luz en las tardes.
La sanción de la ley 26.350 en 2007 fijó el UTC-3 como norma estable, una forma de homogeneizar la vida social y económica de un país extenso y diverso. Sin embargo, ese artificio genera una desconexión con el ritmo natural del Sol, lo que afecta sobre todo a las provincias occidentales.
En el mundo, muchos países recurren a los cambios de huso horario o al llamado “horario de verano” con el objetivo de ahorrar energía y ajustar la vida cotidiana a la luz disponible.
Salvo Europa, que de Suecia a España mantiene un mismo sistema, o China, que mantiene un solo huso horario (UTC+8), debido a que más del 90% de su población vive en el oriente, Argentina es uno de los pocos casos en el mundo que no adopta el huso horario que geográficamente le corresponde.
En este contexto, el proyecto que se debate –impulsado por el diputado Julio Cobos– propone volver a una lógica más natural: establecer el huso UTC-4 en invierno y mantener el UTC-3 en verano.
La propuesta con media sanción en Diputados se apoya en tres argumentos principales: optimizar el uso de la luz solar, favorecer el ahorro energético y mejorar la salud.
Los defensores del cambio aseguran que, al reducir el “jet lag social” –ese desfase entre la luz natural y el horario oficial–, se podría mejorar la calidad del sueño, el rendimiento escolar y el ánimo y hasta reducir accidentes de tránsito.
Entre las objeciones, se advierte que oscurecería demasiado temprano en invierno, alrededor de las 17, lo que no se ajusta a la vida laboral ni cultural del país, y que la experiencia pasada de cambios horarios mostró resultados ambiguos.
Con todo, los beneficios de un cambio superarían a los inconvenientes. No sólo tendría un impacto en el consumo energético, sino en la salud pública, en el bienestar social y en la organización de la vida diaria.
Volver a la hora natural, al menos en invierno, sería un paso para sincronizar nuestro ritmo colectivo con el del Sol, en lugar de forzar a millones de personas a vivir permanentemente en un horario artificial.