Cuando promediaba la madrugada del pasado lunes en Argentina, llegó la noticia de la muerte de Jorge Bergoglio, el papa Francisco. Los medios de comunicación comenzaron a publicar la novedad en todas las plataformas disponibles. Lo propio sucedió con las redes de uso masivo por la comunidad.
La inmensa mayoría de los informes periodísticos en formato de análisis y de cronologías ilustraron de manera detallada los aspectos relevantes sobre la obra pastoral del Pontífice; también, acerca de sus relaciones con el mundo, en particular con su amada Argentina, a la que no volvió tras 12 años de guiar los destinos de la Iglesia Católica.
Se habló por esas horas de conmoción del legado papal, entendido como el mensaje que Bergoglio transmitió no sólo a los militantes católicos sino a todos los habitantes de este mundo complejizado, con especial atención en los líderes inflamados de poder y con atribuciones de gobernar en regiones sacudidas por la pobreza.
Francisco deja como herencia su voluntad de impulsar el diálogo en medio de las diferencias. Y, como dijo alguna vez, de asistir a los sectores más empobrecidos por agendas económicas que causan desigualdades sociales lacerantes.
Es de esperar que los altos funcionarios argentinos que se sumaban a las profusas excursiones al Vaticano para sacarse la foto con el Papa (entre otros, Javier Milei, Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández, por citar rangos presidenciales), tomen nota de los mensajes del Pontífice. De otra forma, no habrá legado ni ejemplos que conmuevan frente a los millones de vulnerados.
“Es hora de escandalizarse por los pobres, y por los niños, víctimas inocentes de todo tipo de violencia”, advirtió alguna vez Bergoglio, en consonancia con realidades ultrajantes que la dirigencia política parece no ver.
Cómo no prestar atención a las inquietudes expresadas en homilías y durante reuniones privadas, por la creciente expansión del narcotráfico y por la violencia contra las mujeres, que suele derivar en hechos de femicidios y cuyos registros en la Argentina (Córdoba no es la excepción) causan escozor.
Al menos para el próximo período papal, no habrá fumata blanca para un cardenal argentino. Es de suponer entonces que cesarán las salidas protocolares vía Roma.
Ello no implica, sin embargo, que el legado de Francisco no prenda en la conciencia y en la sensibilidad de los políticos argentinos.
Es de aguardar también que el sucesor de Francisco aquiete las aguas internas en la curia romana, agitadas por las posiciones antagónicas entre progresistas y conservadores. Un fenómeno que llegó a complicar las profundas modificaciones que impulsó el Papa en detrimento de cardenales con cierto poder y de avezada injerencia en las decisiones vaticanas.
Tampoco debe quedar al margen la persecución por los casos de pedofilia que salpicaron a altos dignatarios de la institución.
Francisco, aun con sus simpatías y denuestos políticos partidarios, predicó a favor del diálogo y de los vulnerables del mundo. Y nadie en la Argentina puede mirar para otro lado.