La radiografía del empleo joven en la Argentina, elaborada por el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa), revela un panorama que preocupa y exige respuestas urgentes.
Los datos muestran un nivel de desempleo juvenil que triplica al de los adultos, una puerta de ingreso laboral marcada por la informalidad y por una alarmante falta de herramientas de empleabilidad.
El problema no se reduce a la falta de trabajo: los jóvenes enfrentan un mercado fragmentado, en el que la educación y el empleo transitan caminos paralelos que pocas veces se cruzan.
Según el informe, 69% de jóvenes de entre 18 y 29 años buscan participar activamente del mercado laboral, frente al 67% de adultos. Sin embargo, sólo 55% de los jóvenes logra acceder a un empleo, y uno de cada cinco permanece desocupado.
El desempleo entre las mujeres jóvenes asciende a 21%, superando al de varones (18%), lo que muestra una doble desigualdad: de edad y de género.
En Córdoba, la situación no resulta menos desafiante. La tasa de desempleo entre jóvenes de 26 a 35 años alcanza 11%, frente al 8,3% nacional.
Si bien la provincia exhibe un porcentaje menor de jóvenes con secundario completo, supera al promedio nacional en cantidad de graduados universitarios. Esa paradoja –más formación, pero más desempleo– deja en evidencia que la educación, aunque esencial, ya no garantiza la inserción laboral.
A esta radiografía se suma otro dato que refleja el impacto estructural del problema: sólo 60% de los jóvenes argentinos logra independizarse de sus padres.
Miles de jóvenes deben elegir entre estudiar y trabajar para sobrevivir. El aumento del costo de vida, la falta de empleo formal y la precarización ponen en jaque no sólo el presente de quienes se esfuerzan por formarse, sino también el futuro productivo del país.
Hay en todo esto una faceta esperanzadora: la aparición de una nueva generación con valores diferentes, con jóvenes flexibles, cuestionadores y profundamente comprometidos con causas sociales y ambientales. Reclaman empresas más horizontales e inclusivas. Son digitales por naturaleza y poseen habilidades que el mercado todavía no termina de comprender ni aprovechar.
Programas como el Plan Primer Paso (PPP) de Córdoba, por el que ya pasaron más de 200 mil jóvenes, muestran que las políticas públicas pueden marcar la diferencia al combinar formación, acompañamiento y práctica en empresas privadas.
Y si bien es una puerta concreta al empleo formal y una muestra de cómo la articulación entre Estado y sector privado puede generar resultados sostenibles, es necesario un cambio de paradigma.
Se necesita de manera imperiosa acercar la escuela al trabajo, promover pasantías formativas, capacitar en habilidades blandas y técnicas, y adaptar las rutinas empresariales a las necesidades del estudiante/trabajador. También se debe estimular el emprendedurismo joven con acceso real al crédito, a formación financiera y a redes de apoyo.
El desafío no se resuelve sólo con subsidios y con diagnósticos. Requiere imaginación, inversión y una comprensión profunda de las nuevas generaciones. La juventud no pide menos esfuerzo; pide oportunidades que reconozcan su talento, su deseo de aprender y su compromiso con un futuro mejor.