La voz del padre Mariano Oberlín volvió a resonar desde el corazón de barrio Müller, en la periferia este de la ciudad de Córdoba, con una advertencia tan dolorosa como urgente: el consumo de “pipazo” se expande de manera alarmante en la capital provincial, multiplica el sufrimiento de las familias y desborda los dispositivos de contención.
El sacerdote –de vasta trayectoria en la asistencia social– describió un escenario desolador, en el que cada vez son más los jóvenes atrapados por esta droga devastadora, frente a la desesperación de sus seres queridos y a la falta de recursos suficientes para atender la emergencia.
El “pipazo” –también conocido en otras provincias como “paco”– es un subproducto de la cocaína, cargado de impurezas. Se consume en pipas improvisadas, muchas veces con cañerías metálicas y virulana, lo que incrementa el daño pulmonar al inhalar partículas tóxicas.
Su efecto inmediato, intenso y efímero genera una adicción rapidísima, que arrastra a quienes lo consumen a un deterioro físico extremo: infartos, ACV, pérdida de peso acelerada, caída de los dientes y fallas multiorgánicas.
Los especialistas advierten que la expectativa de vida de los consumidores puede reducirse brutalmente a apenas seis meses o un año.
No se trata de un fenómeno nuevo. Desde hace años, especialistas vienen advirtiendo y poniendo en evidencia que esta sustancia avanza sin freno en la ciudad. También alertan sobre sus efectos destructivos en la salud y sobre su estrecha vinculación con contextos de violencia e indigencia.
El “pipazo” no sólo es barato y accesible, sino que crea un círculo de marginalidad cada vez más difícil de quebrar.
El último informe publicado por este medio en febrero de 2025 alertaba que el “pipazo” está presente en la mayoría de los barrios periféricos de la ciudad y en algunos céntricos. Maldonado, Müller, Argüello, San Vicente, Bella Vista, Villa Urquiza, Güemes, Yapeyú, San Martín y Guiñazú son sólo algunos en los que la droga causa estragos.
“El consumo de pasta base comenzó sobre todo en barrio Maldonado, donde había cocinas de cocaína; ahora ya no quedan muchas. En cambio, el ‘pipazo’ depende de los lugares en los que haya ‘transas’”, expresó el psicólogo Fernando González, coordinador de Red Puentes, asociación que trabaja con adicciones en los barrios San Vicente, Argüello Lourdes y San Ignacio.
Hoy, esa alarma se transformó en una emergencia social.
La advertencia de Oberlín no debe ser interpretada como un grito aislado, sino como un llamado desesperado a la acción colectiva.
El problema exige un abordaje integral mucho más profundo, porque ya está demostrado que nada de lo que se hizo fue suficiente hasta ahora.
Urgen políticas públicas firmes, mayor presencia del Estado en los territorios más vulnerables, recursos de salud adecuados, acompañamiento comunitario y un compromiso real de la sociedad en su conjunto.
Si la reacción no es inmediata y decidida, el panorama puede tornarse aún más oscuro. El pipazo no es sólo una droga: es un símbolo de exclusión y desesperanza. Y Córdoba no debe darse el lujo de seguir mirando hacia otro lado.