América Latina y el Caribe enfrentan una transformación silenciosa que definirá el rumbo de nuestras sociedades en las próximas décadas: el envejecimiento acelerado de la población.
Para 2060, tres de cada 10 latinoamericanos tendrán más de 60 años. A este grupo creciente se lo conoce como Generación Silver: las personas que superan los 50 e incluso 60 años y cuentan con experiencia, capacidad de consumo y demandas específicas en materia de salud, cuidados, empleo y finanzas.
Es así como esta transición marca el paso de una región históricamente joven y dinámica hacia una nueva etapa demográfica que nos obliga a repensar políticas, presupuestos y prioridades.
No es un desafío lejano: ya está aquí, avanzando rápido y poniendo presión sobre nuestros sistemas de salud, pensiones y empleo.
El desafío del envejecimiento poblacional
Durante años celebramos —con razón— el aumento de la esperanza de vida como un logro indiscutible. Vivir más tiempo significa que la ciencia, la salud pública y las condiciones de vida mejoraron.
Pero ese logro plantea una pregunta que aún no enfrentamos con la urgencia necesaria: ¿cómo financiamos los años extra que hemos ganado? ¿Y cómo garantizamos que esos años sean saludables, productivos y dignos?
Hoy, el gasto en salud y pensiones en la región ronda el 12% del producto interno bruto (PIB). Si no cambiamos el rumbo, podría llegar al 19% en 2050.
Casi una quinta parte de nuestra riqueza destinada a sistemas que ya muestran señales de agotamiento. Y esto ocurre en países con baja capacidad fiscal, instituciones frágiles y migración creciente que reduce la base contributiva.
Resignarse no es opción. Necesitamos cambiar cómo entendemos el envejecimiento: no como una carga, sino como una fuente de oportunidades. Ahí entra la economía plateada. Si diseñamos políticas públicas inteligentes, esta transición demográfica puede ser un motor de crecimiento, innovación y cohesión social.
Del desafío a la acción
El primer paso es cambiar el foco: la longevidad no debe medirse sólo en años vividos, sino en años vividos con salud. No se trata solo de vivir más, sino de vivir mejor.
Esa es la diferencia entre lifespan y healthspan. Si las personas mayores mantienen autonomía, capacidades y acceso a cuidados dignos, el impacto es claro: menos presión sobre los sistemas de salud, más productividad y mejor calidad de vida.
El mercado laboral es clave. Hoy, muchas personas mayores son empujadas a la exclusión laboral formal. La Cepal señala que, entre quienes siguen trabajando después de los 60 años, la mayoría lo hace por cuenta propia, lo que refleja las barreras que enfrentan para acceder a un empleo asalariado y la persistencia de prejuicios que asocian edad con obsolescencia.
Pero la realidad es distinta: la experiencia y el conocimiento acumulado son activos valiosos. Por eso, adaptar las reglas laborales, eliminar barreras etarias, ofrecer programas de reentrenamiento y apoyar el emprendimiento senior no son favores: son políticas que fortalecen la productividad.
En economías con alta informalidad, pueden marcar la diferencia entre un sistema quebrado y uno sostenible.
Otro eje fundamental es la inclusión financiera. Muchas personas mayores enfrentan trabas para acceder a créditos, seguros o productos de ahorro. Dependen de ingresos informales y precarios, sin redes de protección.
No podemos seguir diseñando productos financieros con límites de edad arbitrarios. Necesitamos innovación en banca y tecnología: créditos sin discriminación, microfinanzas para trabajadores independientes, sistemas antifraude eficaces y educación financiera. Asegurar la estabilidad económica de las personas mayores es asegurar la estabilidad de sus familias y de toda la sociedad.
Y está la economía del cuidado, quizás el aspecto más urgente y menos atendido.
El envejecimiento trae consigo una demanda creciente de cuidados que hoy recae casi por completo en las familias, especialmente en las mujeres: más del 75 % de las personas mayores dependientes son atendidas por familiares, y 6 de cada 8 cuidadores no remunerados son mujeres, según un informe del BID.
Esto reproduce desigualdades de género y genera un impacto económico invisible. Profesionalizar a los cuidadores, mejorar sus condiciones laborales, invertir en formación y fomentar la innovación en servicios de cuidado no es opcional. Una red de cuidados sólida no solo atiende una necesidad básica: también genera empleo, dinamiza economías locales y libera talento atrapado en la informalidad.
Hacia un Estado que acompañe la economía plateada
La transición demográfica es irreversible: ignorarla solo aumentará los costos y hará que las oportunidades se pierdan.
En este contexto, el trabajo legislativo resulta esencial. Existen distintas iniciativas que marcaron el camino de la política pública que necesitamos profundizar, como el programa “Menos brecha, más comunidad” que iniciamos en el municipio de Córdoba para acompañar la transformación digital, originado a través de una ordenanza municipal con el objetivo de garantizar el acceso y el uso de nuevas tecnologías en los sectores más vulnerables.
Las políticas que acompañen el envejecimiento activo y saludable deben avanzar de forma articulada y con mirada de largo plazo. En este terreno —con transversalidad y compromiso— se juega la diferencia entre resignación gris y ambición plateada.
Ese futuro ya llegó: lo que decidamos hoy marcará si nuestra sociedad envejece desde la exclusión o desde la participación activa.
Diputada nacional