Hay días en los que el corazón se rompe sin aviso. En los que la tristeza se sienta con nosotros sin pedir permiso. Días en los que el dolor pesa más que la esperanza y el silencio de Dios parece ensordecedor. Podés estar rodeado y aun así sentirte solo. Tener familia, amigos, pero sentirte incomprendido. Lloramos en secreto, deseando que alguien nos abrace y diga: “Ya va a pasar”.
En esos momentos, solemos pensar que Dios no está. O que está ocupado con cosas más importantes. Pero la verdad es otra: Él está más cerca que nunca, esperando que lo miremos y le digamos simplemente: “Ayudame.”
Como un diamante que necesita presión y calor para formarse, nosotros también pasamos por procesos que duelen, pero que nos están formando para algo eterno. Como la ostra que, herida por un granito de arena, termina formando una perla.
“Mis pensamientos no son como los de ustedes”, dice el Señor en Isaías 55, y eso nos recuerda que aunque no entendamos el proceso, Él sí ve el propósito. Jesús mismo dijo que el dolor de una mujer al dar a luz se transforma en alegría al nacer su hijo. Así también hay gozo después del dolor.
A veces no vemos a Dios porque esperamos algo espectacular: un milagro evidente. Y mientras tanto, Él ya nos mandó un abrazo, un mensaje, una canción, alguien que nos escucha. Aceptarlo implica rendirnos y dejar de hacer las cosas a nuestra manera. Como ese hombre que se ahoga esperando que Dios lo salve y rechaza el barco y el helicóptero porque “espera otra cosa”. Cuán cerca está Dios, y a veces no lo vemos. O no queremos verlo, porque aceptarlo implicaría rendirnos, soltar el control y dejar de hacer las cosas a nuestra manera.
Dios ya nos tendió la mano, pero a veces no queremos verla. Su presencia lo cambia todo. “En tu presencia soy muy feliz”, dice el salmo 16. Y cuando alguien es tocado por Él, algo se enciende adentro. No puede quedarse callado. Porque lo que viviste puede ser la llave para que otro crea. Y aunque hoy estés luchando por sonreír, recordá: Dios no perdió el control. Tu historia no termina acá. Dios no desperdicia el sufrimiento: lo transforma en gozo, que pronto llegará porque Él te ama. Dios te bendiga.
- Pastor evangelista; integrante del Comipaz