Cuando el enfoque especializado se aleja de la realidad cotidiana, la gestión pierde capacidad de acción.
Encerradas en marcos conceptuales –que pueden ser valiosos para el diseño de políticas públicas o privadas–, muchas propuestas corren el riesgo de volverse ineficaces si no se adaptan a contextos cambiantes.
Incluso la mejor planificación puede quedar paralizada cuando las circunstancias del momento no acompañan su implementación.
Esto ocurre en numerosos ámbitos de la administración pública. Y el turismo no escapa a esa lógica. Es una pieza clave dentro de la cadena de valor política y económica, atravesada por factores dinámicos y realidades diversas.
Las herramientas profesionales aportan valor, pero sólo cuando los destinos están en condiciones de llevarlas adelante. Si se ignora el vínculo entre estrategia y contexto, cualquier plan –por sólido que sea– termina postergado.
El concepto de “valor de la oportunidad” apunta precisamente a eso: a reconocer cuándo las condiciones son favorables, y actuar en consecuencia.
Incertidumbre constante
En una Argentina marcada por vaivenes políticos, económicos y sociales, la incertidumbre es una constante.
En escenarios tan disonantes, cualquier planificación a futuro sólo funciona si las condiciones se alinean. Mientras tanto, la gestión cotidiana exige adaptación, flexibilidad y una lectura precisa del presente.
Porque gestionar, en definitiva, es decidir en el presente con la mirada puesta en el futuro. Y el turismo –como cualquier política pública– no podrá ser exitoso si se desentiende del aquí y ahora.
El conocimiento aplicado tiene verdadero valor cuando interpreta la realidad, no cuando intenta imponerle su lógica.
Diplomado en Gestión Pública del Turismo






















