¿Qué lleva a un individuo a matar a tres personas en cuestión de horas y con la modalidad llevada a cabo por Pablo Rodríguez Laurta?
La comprensión de la conducta criminal exige un análisis profundo que integre la historia vital del individuo, los rasgos de su personalidad y el contexto social y cultural que lo atraviesa.
Abordar este enigma demanda una visión técnica y multidisciplinaria de las ciencias forenses y del comportamiento humano.
En la etapa actual de investigación, no se puede atribuir una etiología ni, mucho menos, establecer un diagnóstico clínico forense definitivo.
Si bien este diagnóstico brinda una sensación de calma ante la incertidumbre, y muchas veces se demanda un rótulo inmediato (como “psicópata” o “loco”) para intentar darle una lógica y castigar lo incomprensible, el foco de las ciencias de la conducta es entender las manifestaciones psicológicas subyacentes, lo que tendrá un impacto directo en la responsabilidad penal de Laurta.
La pregunta clave
En este sentido, la pregunta clave para el derecho es: ¿cuál fue el estado mental de Laurta al momento de los hechos? ¿Hubo alguna causal que impidiera, al momento de los hechos, que comprendiera la criminalidad del acto y que dirigiera sus acciones?
Es frecuente que asociemos estos crímenes a la tan nombrada psicopatía. Sin embargo, es vital recordar que no todo criminal es psicópata y viceversa.
Tampoco todo acto cruel implica necesariamente una patología mental grave que anule la capacidad de comprensión del agresor.
Hay personas que cometen delitos con gran crueldad, que tienen capacidad de decidir, sin necesidad de estar “enfermas” o “locas”.
Desde la visión de la Criminología, la complejidad del homicidio requiere conceptualizar la conducta más allá de un diagnóstico único. Esta ciencia distingue, a grandes rasgos, tres tipos de delincuentes según su estructura psíquica y su relación con el delito.
Los llamados delincuentes comunes o “psicológicamente normales”, que no poseen una perturbación psiquiátrica que explique la conducta, ni una personalidad psicopática.
Los “delincuentes psicóticos”, aquellos cuya conducta delictiva está directamente determinada por un trastorno mental grave, que anula su capacidad de comprensión o dirección del acto.
Los “delincuentes antisociales o psicopáticos”, caracterizados por un patrón de desprecio y violación de los derechos de los demás, falta de empatía emocional, frialdad y ausencia de culpa.
Una variante compleja
Al analizar con precaución la información pública, inferimos una variante compleja en el modus operandi del Laurta.
Se observa una desconcertante coexistencia entre planificación metódica de mucho tiempo atrás, antecedentes de violencia de género, denuncias previas, situaciones de acoso a las víctimas, y cierta desorganización conductual que no es muy consistente, y que llama al menos la atención a quienes trabajamos en el estudio de la mente criminal.
Por un lado, la planificación y premeditación propia de un sujeto que comprende el daño que quiere generar es evidente: el homicida ha pensado esta conducta y fantaseado con ella.
La secuencia de hechos preordenados y el asesinato del conductor Palacio para robarle el vehículo y facilitar el doble femicidio, evidencia una capacidad instrumental para ejecutar un plan complejo. Además, llegar a la escena con un arma determinada demuestra que el asesino “busca y selecciona armas para agredir como él quiere”, un indicador de premeditación.
Por otro lado, a pesar de la aparente frialdad y de cómo se retira con el niño de la escena, el sujeto ha dejado suficientes huellas de comportamiento que muestran cierta desorganización, que no es consistente con tanta planificación.
Frases fuera de contexto sobre ser un “mártir”, “proteger” a su hijo “de una red de trata”, o el antecedente de vivir días arriba de un tanque de agua, podrían indicar ciertos rasgos paranoides y persecutorios en su personalidad, lo que no implica directamente la no comprensión de su conducta y una relación causal de las tres muertes con el contenido del delirio.
Estas conductas bizarras también podrían ser parte de una estrategia de defensa para intentar simular una patología de gravedad y lograr la inimputabilidad.
Se infiere que la conducta de Laurta es vista por él como un acto de venganza o reivindicación porque se siente moralmente legitimado. El agresor, al actuar como un justiciero y ejercer el control sobre la vida y muerte de los otros, se siente importante y poderoso.
A su vez, su personalidad y conducta deben analizarse dentro de un marco ideológico más amplio: el acusado es fundador de un grupo antifeminista. Esto añade la participación activa de una construcción social y cultural, y un discurso que valida y habilita las conductas extremas contra las mujeres, actuando como un factor de riesgo.
La antropóloga Rita Segato cita que el crimen se glamoriza: “Cuando se informa, se informa para atraer espectadores, y por lo tanto se produce un espectáculo del crimen, y ahí ese crimen se va a promover”. Aunque al agresor se lo muestre como un monstruo, es un “monstruo potente” y un protagonista. Y para muchas personalidades, esto es una meta.
Para la Justicia, la clave no es la etiqueta diagnóstica, sino su capacidad de culpabilidad. Se hace así imperativo un análisis pericial complejo y multidisciplinario.
Especialista en Psicología Jurídica y magíster en Psicología Criminal; docente de la Universidad Siglo 21




















