Durante décadas, el sistema científico argentino fue, para muchos, un nombre abstracto, un sello en un paper, una sigla apenas visible en el pie de una nota. Pero, en estos últimos días, algo extraordinario sucedió.
En plena costa atlántica, frente a Mar del Plata, una expedición submarina sin precedentes logró lo que pocas veces ocurre: capturar la atención de miles de personas, incluso de aquellas alejadas del mundo científico.
¿La razón? El hallazgo de especies marinas desconocidas en las profundidades de nuestro mar continental, transmitido en vivo y en directo, generó un fenómeno inesperado de divulgación masiva. Y, en el centro de esa proeza científica, apareció un nombre hasta ahora poco popular: Conicet.
Conoced Conicet, podríamos decir. Conoced a quienes investigan sin estridencias, pero con excelencia. A quienes, desde laboratorios, barcos, estaciones de campo y centros de investigación, trabajan para conocer lo que somos, lo que tenemos y lo que podríamos perder.
El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas no es una estructura lejana: es el corazón de la ciencia pública argentina. Y esta expedición lo volvió visible como nunca antes.
Las redes sociales estallaron. Las transmisiones en YouTube de los descensos del submarino no tripulado SuBastian sumaron miles de vistas en tiempo real. Medios nacionales e internacionales hablaron del hallazgo de especies jamás documentadas, de la emoción de los investigadores, de la coordinación entre ciencia, tecnología y exploración marina.
Familias, docentes, estudiantes se sumaron al seguimiento minuto a minuto. Por primera vez, muchos argentinos asociaron el asombro del descubrimiento con un organismo estatal al que ahora miran con otros ojos.
En un contexto donde la motosierra del ajuste amenaza con arrasar no sólo presupuestos, sino también sentidos colectivos, esta expedición fue un recordatorio de lo que está en juego.
No se trata solamente de salarios o de estructuras administrativas: se trata del conocimiento como patrimonio común; de la posibilidad de construir soberanía científica; de formar generaciones capaces de pensar, de crear y de cuidar.
La ciencia no es un gasto: es una inversión a largo plazo. Es un camino hacia la autonomía y el desarrollo. Cuando se recorta la ciencia, no se ajusta un número: se mutila el futuro.
Por eso, el fenómeno de Mar del Plata es mucho más que una buena noticia. Es una oportunidad. Una invitación a redescubrir el valor de nuestra comunidad científica. A defenderla, a difundirla, a conocerla.
Conoced Conicet. Conoced a quienes hacen de la curiosidad una vocación; del conocimiento, una política, y del descubrimiento, un acto de amor al país.
Director de Vinculación en la Secretaría de Ciencia y Tecnología provincial