En los últimos días de la semana pasada, fuimos testigos de un nuevo capítulo del conflicto federal. Gobernadores de diversas provincias, junto con el jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se reunieron para expresar —al menos en forma simbólica— su rechazo a la actitud persistentemente evasiva del Gobierno nacional.
Una conducta que evita el debate, posterga la discusión y, lo que es más grave aún, incumple con el envío de fondos que por derecho corresponden a las provincias, incluso a través de los aportes del Tesoro nacional (ATN), que deberían ser distribuidos conforme a la coparticipación federal.
Lo más probable es que este desacuerdo termine, como tantos otros, en la Corte Suprema de Justicia.
Córdoba, entre otras provincias, ya evalúa judicializar el reclamo. Mientras tanto, se repite la liturgia de siempre: charlas interminables, promesas vacías, reuniones estériles con funcionarios que no deciden nada, y un jefe de Gabinete especialista en abrazos y sonrisas inofensivas, que no sirven para cambiar la realidad.
El diálogo con los segundos niveles del gobierno se ha tornado tortuoso. Las excusas, cuando no las mentiras, circulan libremente. Y el gran perjudicado, como siempre, es el pueblo argentino: el verdadero dueño de esos recursos, que surgen del esfuerzo cotidiano mediante el pago de impuestos, retenciones y tributos de todo tipo. Recursos que terminan administrados por una burocracia empobrecida, más en ideas que en formas, vestida con las ropas gastadas de una política sin alma ni proyecto.
¿Es posible mantener una actitud dialoguista con un gobierno insensible, cerrado y que concentra el poder real en un triángulo de hierro compuesto por tres personas?
Resulta difícil —por no decir imposible— cuando ese poder se ejerce con soberbia, sin criterio federal y con una mirada mezquina sobre el interior del país.
Los ATN no son una dádiva: son recursos que las provincias generan y que la Nación administra. Pero el actual Gobierno ha transformado esa administración en un sistema clientelar: reparte los fondos a quienes considera aliados y castiga a los díscolos.
La chequera se convierte así en una herramienta de disciplinamiento político. Se premia la sumisión. Se castiga la autonomía.
En este contexto, la reaparición de una posible “liga de gobernadores” no sorprende. Ya en otras épocas esta figura emergió como contrapeso necesario frente a los desvaríos del poder central. Pero la pregunta que importa es si esta vez la liga será parte de una solución estructural o simplemente un parche momentáneo para salir del paso.
El país no puede seguir atado a una lógica centralista y extorsiva. Necesitamos políticas públicas verdaderas, no gestos ni eslóganes. No alcanza con prometer que la inflación va a bajar: hay que generar condiciones reales para el desarrollo.
Mientras nuestros vecinos, como Paraguay, mejoran su calidad de vida con orden y planificación, nosotros seguimos discutiendo cómo apagar incendios.
No hay ideas. Sólo se escucha hablar de cerrar organismos, despedir empleados, ajustar sin evaluar consecuencias. ¿Por qué no se pensó en regionalizar económicamente el país? ¿Por qué no se apuesta a una nueva mística política, enfocada en la producción, el desarrollo y el federalismo real?
¿Para qué mantenemos una Cámara de Diputados sobredimensionada o un Senado que, en los hechos, actúa como un club elitista? ¿Por qué no pensar en una estructura unicameral, como ya funciona en Córdoba? ¿Por qué no se protege al productor agropecuario con incentivos para sembrar más y mejores tierras, con retenciones cero sobre lo nuevo? ¿Por qué no se utilizan los terrenos fiscales ociosos para crear polos tecnológicos?
Las respuestas están en el “porque no”, y en el “porque no quieren”. Nos gobiernan los de siempre. Y los de siempre quieren lo de siempre: todo para ellos.
Argentina necesita salir de esta trampa reiterativa. Y sólo lo hará si los gobernadores se deciden a actuar con firmeza, si entienden que su rol es defender a sus pueblos y construir políticas de Estado verdaderas, con visión estratégica.
El Estado no debe borrarse de la agenda. Debe estar presente, con inteligencia, con criterio, con vocación de servicio. Sólo así podremos salir adelante. Como ciudadanos, como comunidad, como nación.
Pese a quien le pese.
*Miembro del Parlasur