Argentina fue, durante años, la cuarta economía más cerrada del mundo. No como resultado de una estrategia industrial inteligente ni de una política de desarrollo consensuada, sino como consecuencia de un encierro defensivo, improvisado y costoso.
El resultado está a la vista: una economía poco integrada al mundo, consumidores castigados y una industria que, salvo honrosas excepciones, no aprendió a competir.
Historia que se repite
Hoy, el péndulo volvió a moverse –como siempre en este país– de un extremo al otro. Pasamos del “todo prohibido” al “todo entra”, y el impacto vuelve a ser traumático: industrias que cierran, empleo que se resiente y un debate público que, otra vez, se reduce a consignas binarias. Apertura sí o no. Industria versus importaciones. Nación contra el mundo.
La historia se repite porque nunca resolvimos el punto de equilibrio.
La sustitución de importaciones, tal como se aplicó en Argentina, fue nefasta tanto para el país como para el consumidor.
Se protegió durante décadas a sectores que no invirtieron en productividad, innovación ni escala.
El resultado fue una transferencia silenciosa, pero brutal, desde el consumidor hacia industrias ineficientes.
Productos básicos como indumentaria y calzado se pagaron –y aún se pagan– a precios absurdos, con calidad muchas veces inferior a la estándar internacional. El ciudadano común financió ese modelo sin haberlo elegido.
La lógica del todo o nada
Pero el error actual es simétrico. Abrir sin reglas, sin secuencia y sin política industrial es tan dañino como cerrar todo. La apertura no puede ser un acto ideológico ni un eslogan de campaña. Debe ser una herramienta al servicio del desarrollo, no un martillo que destruye lo poco que hay.
Argentina no es nueva en estos bandazos. Pasamos del liberalismo abrupto de José Alfredo Martínez de Hoz al estatismo desordenado de Raúl Alfonsín; de la apertura selectiva y pragmática de Carlos Menem a un modelo de control extremo, cuasi autárquico, que muchos comparan —no sin exagerar, pero con fundamento— con un régimen de inspiración soviética durante los gobiernos kirchneristas.
Siempre lo mismo: todo o nada. Y saber que hay empresas que serán abandonadas. Textiles y electrodomésticos parecen ser decisión del gobierno, ir liberando las importaciones con menos trabas e impuestos.
Un empresario cordobés me dijo: “Si nosotros no tuviéramos Ingresos Brutos...” Pero si se eliminara, tampoco nos haría competitivos contra China.
Hace ocho años, Australia tomó la decisión de abandonar la industria automotriz. ¿Nos animaríamos a desafectar una industria porque es imposible de competir?
En busca del justo medio
El problema no es la importación. El problema es no saber qué, cuándo y cómo importar. Los países exitosos no renuncian a la industria ni se cierran al mundo.
Integran cadenas globales de valor, protegen sectores estratégicos de manera temporal y condicionada, y exigen resultados. Competitividad a cambio de protección, no protección eterna a cambio de nada.
El “justo medio” no es tibieza. Es inteligencia económica. Significa abrir donde la industria local no tiene sentido económico; proteger transitoriamente donde hay potencial real; importar insumos y bienes de capital para producir mejor, y dejar de usar la aduana como instrumento fiscal o ideológico.
Significa entender que el enemigo no es el importador ni el industrial, sino la ineficiencia estructural que nos condena a repetir errores.
Argentina no tiene un problema de apertura o de cierre. Tiene un problema de falta de previsibilidad, de consenso y de visión de largo plazo.
Mientras sigamos saltando de un extremo al otro del péndulo, seguiremos destruyendo lo que construimos en la etapa anterior.
Como cuando un equipo de fútbol arma una nueva temporada, hay que elegir jugadores y dejar otros afuera del plantel, aunque duela. Para eso hay un DT elegido y debe hacer la mejor selección.
¿Podemos seguir fabricando de todo? ¿Es lógico y productivo?
El verdadero desafío
En otro punto de vista, el mundo está yendo hacia los servicios.
La empresa más admirada en Argentina es Mercado Libre y, por si fuera poco, el último ranking de Forbes mostró que Marcos Galperin es el hombre más rico de nuestro país, duplicando la fortuna de Paolo Rocca, quien ahora está preocupado porque los fabricantes de electrodomésticos le compran menos acero.
El desafío no es elegir entre industria o importaciones. El desafío es, de una vez por todas, aprender a convivir con ambas sin que el costo lo paguen siempre los mismos: el consumidor, el trabajador y el país.
* Docente UNC Y UCC
